Cambia el calendario sin poder pasar página respecto a la pandemia mientras la fatiga colectiva se sigue «cronificando»
Varios expertos analizan cómo han cambiado los estados de ánimo, las preocupaciones y la forma de afrontar la realidad
Por JESSICA MARTÍN
No solo es el COVID lo que muta.
También mutan las sensaciones, las emociones, las preocupaciones y los estados de ánimo que genera su existencia, mientras la pandemia se sigue prolongando en el tiempo: del miedo al agotamiento, del agotamiento a la frustración, de la frustración al hartazgo y del hartazgo, parece, a la extenuación colectiva.
Cada estado habrá tenido, a su vez, diferentes variantes en función de la experiencia individual y, aunque la vacuna haya regado el 2021 de esperanza, lo cierto es que el año ha terminado sin que reine la calma. Las olas ya se cuentan con las dos manos y, lejos de estrenar el calendario de 2022 con el cielo despejado, la lluvia de contagios navideños desatada por ómicron podría cogernos nuevamente con el paraguas sanitario agujereado.
«La gente está muy cansada de todo esto. Parecía que nos habíamos acercado a la realidad anterior a la pandemia y volvemos a los contagios, las medidas, las clases de los ‘peques’ confinadas, la preocupación, las cuarentenas… En las familias hay mucho desconcierto. Llevamos casi dos años viviendo así y, aunque todos hemos pasado por distintas fases partiendo del miedo del principio, la sensación más extendida ahora mismo es la de hartazgo por no saber hasta cuándo estaremos así», resume la psicóloga Alejandra García Pueyo, especializada en terapia familiar.
La sexta ola se percibe como «un retroceso a la casilla de salida»
Esa percepción sobre el desasosiego generalizado la comparte también Alberto del Campo Tejedor, antropólogo e investigador de la Universidad Pablo de Olavide:
«Teníamos una enorme fe en el Estado, que siempre nos protege, y en la ciencia, pero esa fe se va minando cuando va pasando el tiempo. Nos estamos dando cuenta ahora de que llevamos casi dos años y la ciencia, el Estado, el dinero, el capital, no son capaces de controlar todas las contingencias. Esto, que es algo natural, parece que lo habíamos obviado (…) Vivimos en la sociedad de la inmediatez y de la impaciencia, y esa mirada la trasvasamos a otros ámbitos; requerimos soluciones inmediatas para todo y no tenerlas esta vez ha propiciado que la sociedad esté muy frustrada con la espera«, señala.
Silvia Álava, psicóloga sanitaria y educativa, cree que esa frustración y esa fatiga se están «cronificando» en la sociedad y afirma que muchas personas están percibiendo la sexta ola como «un retroceso a la casilla de salida», aunque sepan que ha habido una mejoría respecto al año anterior por la vacunación y por el descenso de muertes: «Las Navidades han sido una puntillita más. Nos habíamos imaginado una Navidad distinta a la del año pasado y otra vez nos dan un mazazo que genera más frustración y que se suma al agotamiento ya acumulado».
Los continuos vaivenes, unidos a la incertidumbre que provoca el «no ver la luz al final del túnel», añade Álava, «terminan pasando factura cuando no se tienen herramientas para gestionar las emociones». Por eso es tan importante, dice, que este 2022 se siga poniendo el foco en la salud mental y que se normalice entre la sociedad el pedir ayuda psicológica o psiquiátrica cuando sea necesario.
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Un «estado de preocupación» más «heterogéneo»
Del Campo, también editor del libro La vida cotidiana en tiempos de COVID. Una antropología de la pandemia, en el que participan diferentes investigadores, afirma que ha notado algunos cambios en la sociedad respecto al inicio de 2021, que fue justo cuando se publicó ese trabajo.
En primer lugar hay, explica, un «estado de preocupación» más «heterogéneo». Es decir, ya no solo hay «miedo a morir o a no poder pagar el préstamo de un bar», también hay preocupación en numerosos padres por cómo está repercutiendo la privación social en la salud mental de sus hijos adolescentes o por cómo puede perjudicar la situación al desarrollo de los niños.
«En muchos niños pequeñitos que han nacido o que viven sus primeros años en plena pandemia yo noto un aumento de timidez, más dificultad en la gestión de emociones y en el desarrollo del lenguaje. Para ellos todo está siendo diferente. Antes los niños veían a sus profesores gesticular o reirse y ahora no se pueden relacionar igual (…) Y empezamos el año otra vez con más preocupación entre los adultos y con posibles medidas en las aulas. Estos cambios también les confunden a ellos, que tienen que seguir jugando y relacionándose», apunta al respecto García Pueyo.
En la población joven lo que hay, dicen los especialistas, es mucha apatía, desmotivación y ansiedad, estados que conviene frenar cuanto antes y que podrían seguir ganando terreno si se siguen anunciando restricciones generales sin tener en cuenta cómo influyen en las diferentes etapas vitales.
La pandemia empieza a verse como un problema «a medio plazo»
Por otro lado, Del Campo apunta que es ahora cuando se empieza a afrontar la pandemia como «algo más a medio plazo» y no como un problema que tiene un final próximo. «La mayoria de las personas hace un año nos decían ‘no nos preocupemos, tenemos ya una vacuna’, y consideraban que esto no duraría más de un año. Cuando han visto que va para largo están empezando a meditar si es razonable, por ejemplo, tener a una abuela de 90 años encerrada durante tres años o lo que dure esto (…) Esta dimensión temporal se está introduciendo en las reflexiones, hay un cambio», cuenta el antropólogo, quien incide en varias ocasiones en la importancia de que la ciudadanía cuente con «válvulas de escape» para evitar males mayores.
Esto último lo ejemplifica de múltiples formas, recurriendo a varios acontecimientos históricos que demuestran, dice, que una sociedad «en depresión colectiva» es «el caldo de cultivo perfecto» para que germinen la pesadumbre y la apatía, y para que esto derive en algo mucho peor: «el odio y la simplificación».
«Lo hemos empezado a ver ya. Tendemos a culpabilizar muy fácilmente al otro y han aparecido discursos demagógicos simplistas. Estamos muy frustrados por no poder culpar a alguien y tenemos poca tolerancia frente a la incertidumbre (…) A la sociedad nos ha cogido esto muy poco preparada y es ahora, a medio plazo, cuando vemos que nos ha ocurrido algo que no era previsible. No teníamos entrenamiento con el miedo, el dolor y el sufrimiento porque la última guerra grande que vivimos pasó hace muchos años. La mayoría de personas que están vivas no habían experimentado un miedo colectivo ni un sufrimiento así de una manera tan directa», añade el investigador.
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Seguir viviendo al día, el único modo de encarar el nuevo año
Pero, ¿qué hacer como individuo cuando uno se siente frustrado o, “simplemente, cansado del cansancio”, como dice el verso de Oliverio Girondo? ¿Cómo afrontar un nuevo año que llega precedido de otras Navidades duras y en el que, al menos al comienzo, será imposible deshacerse de todo el ruido pandémico que enturbia lo cotidiano?
Las dos psicólogas coinciden en recetar la misma pauta: seguir viviendo al día. «Tenemos que vivir, con medidas, pero tenemos que vivir, y hay que mirar por nuestro bienestar. Aunque no nos guste, toca asumir que esta es la situación que tenemos y solo queda centrarnos en el presente», dice García Pueyo. Esto no significa, precisa, que haya que dejar de ilusionarse con planes futuros, pero es muy importante «tener cuidado con las expectativas» y mantener «los pies en la tierra», dado que el mundo sigue atravesando un periodo muy incierto.
Álava habla de «aceptación» —que no es lo mismo que «resignación»— y sugiere poner el foco en «la pequeña parcela que sí depende de nosotros»
«Se trata de dejar de luchar contra una situación que no depende de mí y que no puedo controlar. Es decir, acepto que, aunque no me gusten, las cosas son así, y aprendo tanto a regular las emociones que son desagradables como a propiciar las agradables», dice Álava, que propone realizar un ejercicio: «Podemos echar la vista atrás y ver qué cosas concretas hemos hecho para superar esta situación que en otro momento nos ayudaron a sentirnos bien».
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Dos retos: entrenar la paciencia y celebrar lo cotidiano
Del Campo cree que esta sociedad de lo inmediato necesita «aprender a ser un poco paciente», lo cual no significa ni ser «benevolentes con la Administración» ni dejar de ser «críticos», sino entender que no siempre hay soluciones rápidas para todos los problemas. Mantener la serenidad colectiva, «naturalizar» los cambios anímicos y ser conscientes de la propia «vulnerabilidad», cree, ayudará a afrontar mejor lo que ocurre.
El antropólogo también hace un llamamiento a seguir protegiéndose en este arranque de año sin optar por la rigidez absoluta. Verse con amigos o familiares, aunque los encuentros estén elegidos «estratégicamente», es fundamental, dice, para no caer en la desazón: «Están bien las arengas de que esto es una guerra, pero no somos soldados. Somos gente social y no es una frivolidad querer estar en contacto con otros, es una necesidad para hacer más digerible la pandemia, máxime cuando puede durar mucho».
Para afirmarlo vuelve a recurrir a la historia porque enseña que, incluso en mitad de una verdadera batalla, la Primera Guerra Mundial, hubo necesidad de disponer de un respiro, el acordado en la famosa Tregua de Navidad.
“No somos soldados. Somos gente social, y no es una frivolidad querer estar en contacto con otros“
Álava concluye con otra propuesta más: «Lo que nos ha demostrado este virus es que no podemos dar nada por sentado porque todo puede cambiar de repente. ¿Por qué no celebramos cada día que estemos bien como si fuera Navidad? Es decir, cada vez que podamos disfrutar de un café con un amigo o de una reunión familiar, celebrémoslo».
Sería como poner en práctica una nueva versión del famoso «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy», cambiándolo por un «no dejes de disfrutar de las personas hoy, pensando que las tendrás mañana», y se podría confirmar que los refranes, como el COVID, como las emociones y como los estados de ánimo, también pueden mutar.
FUENTE: WWW.RTVE.ES