Mamá, vivo enganchado al móvil. Colaboración con el diario El Mundo

Ecrito por Esther Mucientes.

  • La edad media en la que suelen tener el primer móvil es a los 10 años
  • A los 12 años el 88% de los niños ya tiene un móvil que le regalan sus padres
  • «No hay ninguna App que supere el abrazo o la sonrisa de nadie»

«¿Has visto el vídeo que mandó anoche Ismael?»

-«Lo vi anoche. Es la hostia. Lo voy a mandar al grupo de la ‘urba'».

«Pásalo también al nuestro… ¿Te vas a conectar esta noche? Hablamos luego por el Snapchat…»

La conversación es real. Se trata de dos chavales de no más de 13 años que salen del colegio, tiran sus mochilas en un banco y cogen sus móviles de última generación antes que el bocadillo de la merienda. Abel y Marco (nombres ficticios para proteger su identidad) viven ‘enganchados’ al móvil. No lo ocultan ni se avergüenzan de ello. Son conscientes de que sin sus smartphones no serían los mismos. Son su oscuro objeto de deseo, su «tesoro», parafraseando a Sméagol y su anillo.

«El adolescente gracias al móvil está conectado a todo. El móvil está hecho de tal forma que engancha con mucha facilidad. El proceso de atención sostenida lo hace el aparato solo, por eso nos enganchamos, incluso los adultos. Para entenderlo, las App tienen un sistema de refuerzo como el de las máquinas tragaperras«, explica la psicóloga Silvia Álava, especialista en Psicología Clínica y de Salud y en Psicología Educativa y autora del libro ‘Queremos hijos felices’.

Según la última edición del informe PISA, el 69% de los adolescentes españoles admite «sentirse mal» si no tiene conexión a Internet y un 22% se conecta fuera de clase durante más de seis horas cualquier día de la semana. Entre 2012 y 2015, el porcentaje de estudiantes que utilizaban móviles con Internet en casa subió un 25%. Y cada vez son más jóvenes.

La edad media en la que suelen tener el primer móvil es a los 10 años, y va en descenso. Un dato revelador ya que hasta hace menos de una década el móvil sólo era para adultos, y adultos con elevado poder adquisitivo. Ahora, según una encuesta realizada por la Fundación para el Estudio, Prevención y Asistencia a las Drogodependencias (FEPAD), a los 12 años el 88% ya tiene un móvil que le regalan sus padres o algún familiar. Y en el 28,2% de los casos se los regalan sin que siquiera ellos lo hayan pedido.

¿Cómo se previene el abuso y la dependencia del móvil?

  1. Mantener un ambiente agradable y dialogante: «Los padres deben escuchar y respetar la opinión de sus hijos. Este respeto es la base de una buena comunicación».
  2. Cuanto más tarde mejor: «Un niño no necesita un teléfono móvil a los ocho ni a los diez años. Solamente cuando tenga la necesidad de moverse independientemente es cuando este instrumento puede serle de utilidad».
  3. El adolescente debería hacerse cargo de los gastos de su móvil: «Cuando a los adolescentes se les hace responsables de los gastos de su móvil y se les obliga a que se lo costeen se está enseñando, tanto a controlar su conducta, como a responsabilizarse de las consecuencias que ésta supone».
  4. Observar el comportamiento del niño: «Mantenerse alerta y observar a los hijos puede ser la mejor estrategia preventiva. En cuanto sospeche que algo negativo pueda estar pasando, no dude en conversar con él y expresarle sus preocupaciones o tomar medidas».
  5. Respetar e interesarse por los problemas del niño: «Los padres deben entender que el uso que sus hijos hacen del móvil es diferente al que realizan los adultos. Pero deben estar atentos ante usos inapropiados y deben ejercer una tarea activa, induciendo hábitos de consumo responsables».
 «Si no están mis padres ahora cuando llegue a casa estamos un rato hablando por el grupo de WhatsApp, miro algunos vídeos, juego un rato y, si eso cuando lleguen mis padres hago los deberes porque si me ven toda la tarde con el móvil me montan una…«, afirma Abel. «Yo primero hago los deberes y antes de acostarme le echo un ojo. Hay veces que me dan las tantas«, reafirma Marco entre las risas y vaciles de su compañero.
Es una moda, una moda que ya empieza a plantearse como uno de los problemas de la era digital y de las nuevas tecnologías. «Cuando hablamos de un teléfono no es sólo un objeto para llamar es una aparato en el que te conectas con el mundo, donde tienen un uso ilimitado de Internet y también de la conexión con todos los amigos», afirma Álava.

Una cuestión de Estado

En Francia la ‘adicción’ de los adolescentes por los móviles se ha convertido en una cuestión de Estado, una cuestión de «salud pública» en palabras de Jean-Michel Blanquer, ministro de Educación.

No lo ha dudado, en septiembre de este año los teléfonos móviles estarán prohibidos en las escuelas e institutos para los niños menores de 15 años. Una medida extrema que afecta a las horas de recreo y, por supuesto, a las clases.

Los chicos y chicas se aíslan y la mayor parte de su comunicación la realizan a través del móvil. Comparten vídeos, imágenes, su día a día, pero sólo en las redes sociales, en los grupos de mensajería y a través del móvil.

«Es bueno que los niños no estén tan a menudo, o incluso nunca, delante de una pantalla con 7 años de edad (…) Su uso debe estar controlado«, explicó Blanquer sobre la iniciativa francesa. Una iniciativa que en España ya han aplicado algunos centros, como, por ejemplo, el Instituto Torres Vicens, que prohibió el uso del móvil en el recreo a los alumnos de primero y segundo de la ESO para que hablasen entre ellos en los descansos.

«A nosotros no nos dejan usarlo en clase, pero en el recreo no nos dicen nada (…) Es una chorrada, yo sí que hablo con mis amigos. ¿Qué pasa que si lo hago a través del móvil es que no estoy hablando con ellos?«, apunta Abel, molesto por lo que él llama «medidas exageradas» de padres y ‘profes’ «obsesionados».

Pero la realidad es otra. Según los datos de la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares» del Instituto Nacional de Estadística (INE), tres de cada cuatro niños de 12 años tienen teléfono móvil, la mitad de los niños de 11 años también y a partir de los 13 la tendencia se eleva hasta alcanzar el 93,9% en los de 15.

«Mi hija casi no habla con nosotros. Cuando llegamos por la tarde o está terminando las tareas o está con la Tablet o está con el móvil. Se lo regalamos cuando empezó a ir sola a los sitios como un medio para tenerla localizada y para que cuando lo necesitara se pudiera poner en contacto con nosotros. Tenía 13 años. Sin embargo, ahora el móvil se ha convertido en una parte de ella, como la ropa, las zapatillas o su mochila. Si se le olvida, que ya es raro, está todo el rato angustiada. Aunque suene duro es como una droga», afirma Ana P., madre de una adolescente de 16 años.

La imagen que proyecta Ana es la imagen que viven muchos padres a diario. Sus hijos viven ‘enganchados’ a sus móviles y, en parte, la culpa es de los progenitores. ¿Quién no ha ido a un restaurante y ha visto como un padre le da el móvil a su hijo pequeño para que vea los dibujos y coma tranquila? La imagen se repite una y otra vez.

La nueva vida digital ha proporcionado grandes beneficios, pero también grandes peligros, y uno de ellos es el uso excesivo de las nuevas tecnologías. Los niños se crían viendo a sus padres constantemente con el móvil, tablets u ordenadores. Si se ponen nerviosos o no se calman, se les da el móvil; cuando empiezan la edad adolescente se les regala uno para tranquilidad de los padres, para tenerlos localizados, para una emergencia… El problema es que se olvida el otro lado.

«Pensamos que tienen que tener un móvil por si les pasa alga, pero es que Internet está lleno de muchos más peligros que ir por la calle solos«, apunta Álava.

¿Pero cómo se ha llegado a esto? Según la Guía para Padres y Educadores para prevenir y solucionar el abuso de móviles en adolescentes publicada por la FEPAD, el hecho de que los móviles dejaran de ser un objeto elitista para convertirse en un objeto que todo el mundo puede tener es una de las principales causas del aumento del uso de smartphones entre los jóvenes.

Los móviles han supuesto una gran mejoría en numerosas actividades sociales y económicas, y es en esta primera en la que los adolescentes juegan un papel clave.

Les proporciona autonomía de los padres y figuras autoritarias para definir «su propio espacio personal»; les da «prestigio e identidad». Lo ‘tunean’, quieren el mejor, el último modelo…; supone una «actividad de ocio», una forma de disfrutar del tiempo libre; fomenta el «establecimiento de relaciones interpersonales». Es decir, les permite mantener y expandir sus relaciones sociales. «Los mensajes cortos», por ejemplo, «les sirven para mantener activos los vínculos afectivos o de amistad», apunta la FEPAD.

Todo esto hace que el móvil se haya convertido en uno de los bienes más preciados entre los jóvenes. «Se producen verdaderas adicciones al móvil cuando se cumplen criterios como tolerancia, malestar por la privación, deterioro de relaciones personales, adquisición de hábitos conductuales insanos o desadaptativos», alerta la Guía de la FEPAD. «La fascinación que provoca el móvil en los adolescentes, la facilidad de su uso, la incitación social y comercial al consumo favorecen que, en ocasiones, se haga un uso excesivo o inapropiado, que puede llegar a ser problemático», avisa la Guía.

Los adolescentes realizan diariamente en torno a tres llamadas de voz, envían cuatro mensajes de texto, 10 llamadas perdidas y dedican 26,6 minutos aproximadamente al uso del móvil. Finalmente, la mayoría de ellos (62,9%) tiene encendido el móvil día y noche, lo que «disminuye la privacidad y autocontrol, mientras que favorece el abuso y dependencia», insiste la FEPAD.

La llamada generación i-Gen, aquellos nacidos entre 1995 y 2012, vive marcada por la invasión de los smartphones. «Los miembros de esta generación están creciendo con teléfonos inteligentes, tienen una cuenta en Instagram antes de comenzar la escuela secundaria, y no recuerdan un momento previo a Internet», aseguraba en agosto la psicóloga y profesora de la Universidad de San Diego, Jean M. Twengem, en un escrito publicado en la revista The Atlantic.

Para Twenge la incursión de los teléfonos inteligentes cambió radicalmente la vida de los adolescentes, sus comportamientos, sus interacciones, su salud mental. «No es una exageración describir iGen como estar al borde de la peor crisis de salud mental en décadas. Gran parte de este deterioro se puede atribuir a sus teléfonos», alertaba Twenge.

Hay que poner límites

Los adolescentes no son adultos y bajo esta premisa hay que tener claro que sus comportamientos y sus responsabilidades no son las mismas ni están al mismo nivel. Aprenden rápido, se frustran más y también disfrutan más, tienen mayor capacidad de motivación por las cosas que le gustan, pero también más apatía por las que no, y, por supuesto, su capacidad de juicio es menor. En resumen, su cerebro es inmaduro y hay que guiarles, darles pautas, y no dejar a su uso y disfrute y, por tanto, a su criterio el uso de herramientas que requieren un sentido de la responsabilidad alto. Es el caso de los móviles.

¿Qué reglas se deben poner?

  • Poner una hora para apagarlo, especialmente, por la noche. A la hora que se acuerde el teléfono se apagará. Hay que descansar y hay que hablar en familia.
  • Más que límites lo que primero que hay que hacer es invertir tiempo en ver qué está viendo el niño, qué en el móvil. Sentarse y hablar de las cosas que se pueden hacer y las que cosas no se pueden hacer. Especialmente, en el tema de las redes sociales.
  • No les tenemos que inculcar miedo, porque no funciona, pero hay que ser precavidos.
  • En clase, el móvil apagado. Es una distracción constante.
  • En lugares públicos donde pueda molestar debe estar apagado o en silencio.
  • En casa, el móvil estará en el salón o en otro sitio a la vista de todos. Nada de meterlo en la habitación especialmente por la noche.
  • Parte de la paga irá para cubrir los gastos del móvil. Es imprescindible que el adolescente aprenda a controlar el gasto. Si hiciera falta se puede aumentar la asignación un poco, lo importante es que aprenda que un móvil cuesta dinero y que hay que hacerse cargo.
  • Mantenerlo apagado cuando no se vaya a usar. Se puede encender a lo largo del día para ver si hay llamadas o mensajes, o si se necesita usarlo para telefonear. Después hay que apagarlo.
  • Mientras se esté hablando, jugando, estudiando, comiendo o cenando el móvil no estará encendido. Se evita así distracciones en momentos clave del ámbito familiar.
  • Las mismas reglas que se exigen al niño deben aplicárselas los padres. Los adultos deben ser prudentes con su conducta y coherentes con sus reglas.

Hay que poner límites, hay que saber que lo que para los padres es una herramienta de protección y control, para los hijos es mucho más. Si lo piden y lo ansían hay que valorar la edad, la madurez y la capacidad del menor antes de regalarlo. Sorprendente fue el contrato que una madre estadounidense hizo firmar a su hijo de 13 años para regalarle su primer móvil.

Janell Hoffman redactó 18 reglas que su hijo Greg tendría que cumplir si quería tener un móvil y, sobre todo, no perderlo. Entre ellas, Janell le dejaba claro que el teléfono era de ella, que siempre tendría que conocer la contraseña, que no podría utilizar los SMS o mails para decir algo que podría decir en persona, que dejaría el móvil en casa a veces, nada de porno, apagado toda la noche y nada de «tropecientas fotos y vídeos». El contrato terminaba con el siguiente mensaje: «Muchas de las lecciones aquí recogidas no se aplican sólo al iPhone, sino a la vida (…) Confía en tu poderosa mente y en tu gran corazón por encima de cualquier máquina…»

Álava da en el clavo: «No hay ninguna aplicación que supere el abrazo o la sonrisa de nadie. Su mundo no puede ser solo el móvil, el móvil y nada más que el móvil».

FUENTE: Diario El Mundo