¿Vuelve a hacerse pipí? ¿No come solo? ¿Habla como un bebé? Cómo actuar ante una regresión infantil. Colaboración con La Vanguardia
El retroceso en los comportamientos es una forma de somatizar el estrés, indica que sucede algo que el niño no sabe gestionar.
Durante el confinamiento, algunos padres son testigos de cómo sus hijos retoman rabietas que ya estaban superadas. Otros observan cómo sus pequeños pierden ciertos niveles de autonomía o incluso vuelven a mojar la cama. Todos estos síntomas responden a una regresión infantil, un retroceso en los comportamientos ya adquiridos que está provocado, entre otros factores, por el estrés. El confinamiento está afectando a la salud mental de los niños.
“Se desprenden de algo que ellos ya tenían automatizado. Es una forma de somatizar la ansiedad que les está causando la situación, dan un paso hacia atrás”, explica la especialista en psicología educativa Silvia Álava. Aunque no podemos hablar de una relación causa-efecto entre el confinamiento y las regresiones, sí que es una manifestación de que sucede algo que el niño no sabe gestionar. Por ejemplo, vivir casi dos meses entre cuatro paredes, estar privado del contacto con sus amigos o con sus abuelos, haber experimentado una absoluta transformación en sus rutinas.
“Evidentemente esta situación excepcional puede provocar que conductas que creíamos desaparecidas vuelvan a manifestarse. Unas de ellas son las regresivas, que corresponden a una etapa madurativa inferior a su edad cronológica. La regresión es un mecanismo de defensa ante la ansiedad, el miedo, …”, confirma el psicólogo educativo Antonio Labanda Díaz.
¿Qué provoca la regresión?
Los niños son grandes observadores y captan mensajes que a los adultos les pueden pasar desapercibidos. Algo que escuchan en las noticias, la propia ansiedad de los progenitores a través de sus gestos o emociones, la rabia contenida por ver limitadas sus actividades… “Son situaciones que emocionalmente no saben cómo integrar, y el confinamiento es una de ellas”, sugiere la psicóloga. Todo ello desencadena un cuadro emocional que los menores todavía no manejan.
“Unos padres con un nivel de ansiedad alto, relacionado por un problema exógeno como la pérdida del empleo, el fallecimiento de un familiar, etcétera, pueden provocar unos niveles altos de ansiedad, inseguridad y miedo en los niños. Ante esa circunstancia puede aparecer una conducta regresiva que los sitúe en momentos evolutivos más seguros y tranquilos”, explica Labanda.
“Ante algo que les crea miedo puede aparecer una conducta que los sitúe en momentos evolutivos más seguros y tranquilos”
ANTONIO LABANDA Psicólogo educativo
La incapacidad para pedir ayuda ante situaciones dominadas por la rabia o la frustración o el miedo también contribuye a la aparición de estas conductas. “Es un síntoma de que algo no va bien. Porque los niños no tienen la suficiente madurez, ni el desarrollo evolutivo y emocional para plantear lo que está ocurriendo. Es algo que ocurre en determinadas áreas o aspectos, no algo que suceda de forma general”, comparte Álava.
¿Cómo se manifiesta?
Sigmund Freud acuñó este término para definir los mecanismos de defensa ante situaciones que se nos escapan. Básicamente puede manifestarse a través de cualquier estadio de comportamiento previo al actual, algo que sucede, sobre todo, en menores de seis años. “Lógicamente depende de cada niño, de su edad y del contexto en el que vive. Podría aparecer enuresis –es decir, hacerse pis por la noche–, lenguaje infantil, querer dormir en la cama de los padres, miedos o terrores nocturnos, querer alimentarse con papillas, biberones, no querer vestirse solo, reducir su nivel de autonomía, …”, expone Labanda.
La buena noticia es que cuando se resuelve el problema o aprenden a gestionar sus sentimientos, retoman su comportamiento habitual. “No es una vuelta atrás, sino que cuando la situación se calma, se interviene, o el niño aprende ciertas habilidades, lo recuperan”, tranquiliza la experta.
¿Cómo solucionar el problema?
Ante estas llamadas de atención es esencial mejorar la observación del pequeño. “Muchas veces nos quedamos en que quiere atención. Pero ¡cuidado! ¿Cuál es el motivo de que la solicite? Es algo que hay que valorar, porque puede que la situación se le quede grande, que no la lleve bien o no sepa cómo digerirla”, comenta Álava.
La psicóloga recomienda encontrar momentos en los que los niños puedan manifestar lo que les ocurre, siempre dentro de un clima de confianza. “A través del dibujo pueden expresar episodios que les cuesta manifestar con palabras. Igual ocurre con el juego simbólico. Hay que observar las cosas que verbalizan a través del mismo”, añade. Proyectar la tristeza en sus muñecos o roles, o incluso hablar de la enfermedad y el virus son señales unívocas de lo que les preocupa.
“Muchas veces nos quedaos en que quiere atención; pero ¿cuál es el motivo? Eso es lo que debemos valorar”
SILVIA ÁLAVA Psicóloga
Los especialistas aseguran que poniendo en práctica algunas recomendaciones se puede contribuir a que los menores tengan herramientas para analizar y superar la situación.
1. Reconocer las emociones
Estos episodios son una oportunidad para que los niños descubran que existe un amplio abanico de emociones y aprendan a reconocerlas. Es el primer paso para conseguir gestionarlas. Para ello hay que mostrar una actitud empática.
“Debemos abordar la emoción que experimenta. Por ejemplo, si empieza a utilizar un lenguaje de enfado infantil, podemos decirle: Veo que estás muy enfadado. A continuación, no prestarle atención, y luego hablar con él o con ella sobre ese momento”, indica Labanda.
Después, es recomendable reforzar el clima de confianza con palabras de cariño y preguntar directamente qué es lo que le enfadaba. Para que entiendan mejor la situación, se aconseja buscar ejemplos o contar cuentos relacionados con esa experiencia. Asimismo, el especialista anima a trabajar las emociones desde la curiosidad, incentivando a los pequeños a investigar, preguntar y participar en actividades relacionadas con ellas.
2. Usar un lenguaje correcto
Que el niño muestre una regresión no significa que haya quedado anclado en una etapa anterior de desarrollo. Por ello, es importante no reforzarla. “Hay que utilizar un lenguaje correcto y adecuado a su edad cronológica. No utilizar palabras más infantiles”, recomienda el psicólogo.
3. Ser empático
Los padres deben comprender el hecho que lleva a los niños a actuar de esta manera: Su inmadurez para procesar ciertas circunstancias. A ello favorece el apego seguro, que vea a sus progenitores como personas sensibles y atentos a sus necesidades, ya que favorecerá que el menor exprese sus emociones y mejorará el clima de confianza.
“En ningún momento hay que regañarle por estos comportamientos, reírse o decirle que parece un bebé”, comenta Labanda, que recomienda dedicar más tiempo a los hijos, para que los sientan cerca.
4. Controlar la ansiedad parental
La situación que estamos viviendo eleva los niveles de estrés de toda la familia, pero los padres deben mantener la situación bajo control. “Tenemos que analizar también nuestras emociones y fomentar las que sean agradables. Lógicamente las desagradables van a aparecer y tienen que hacerlo, pero no podemos anclarnos en ellas, ya que desde ahí no es posible disminuir el nivel de ansiedad de nuestro hijo o hija”, concluye el psicólogo.
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