“¡Mamá, me aburro!” ¿Hay que sobreestimular a los niños para que no molesten?
Pasar momentos de hastío es necesario para un desarrollo cognitivo y emocional saludable
Antes de que los niños lancen la señal de alarma del aburrimiento, muchos padres hacen lo que está literalmente en su mano, para que no se despierte la temida emoción. La respuesta más habitual suele ser ceder a los pequeños el dispositivo móvil, pero son muchas las herramientas a las que acuden los adultos para evitarles el tedio. De forma contraria a lo que se piensa, alimentar a los menores con novedad constante provoca estrés, sensación de agobio y frustración entre otras consecuencias negativas que pueden comenzar a verse en el corto plazo y cuyos efectos los acompañarán hasta la edad adulta.
“Vivimos en una sociedad de consumo muy rápido. Que un niño se aburra genera alarma porque existe un miedo a que experimenten sensaciones desagradables. Pero tienen que aprender a tolerar el aburrimiento. Eso va a ayudar a mejorar la creatividad, tolerar la frustración y que aprendan a guiar la propia conducta y el propio juego”, explica la psicóloga infantil Silvia Álava, autora del libro El arte de educar jugando (J de J Editores, 2021).
Que se aburran sirve para fomentar su creatividad, que aprendan a tolerar la frustración y guíen su propia conducta
Silvia Álava
La razón de que el aburrimiento resulte desagradable está en la naturaleza del cerebro. “Los niños vienen con un cerebro preparado para el aprendizaje y esto, provoca que busquen continuamente pasarlo bien y divertirse de muchas maneras. Es su forma de aprender y descubrir el mundo”, explica Alba María García, psicóloga infantil en Center Psicología Clínica. No obstante, desde el hastío no solo se adquieren habilidades cognitivas, también se aprende a tolerar la soledad.
Que los niños no puedan pasarse la tarde centrados en un juego o una actividad y que surja el hastío es algo habitual. “Es una emoción normal que aparece cuando no nos satisface la actividad que tenemos que realizar. Desde el aburrimiento se pone en marcha la imaginación y surge la creatividad”, dice García. Son diversas las variables que llevan a un niño al aburrimiento. La primera es la edad del pequeño. Ningún adulto debe pretender que un menor de dos años transite por una misma actividad más allá de unos minutos. “Antes de los tres años, no conocen cuáles son las metas, logros, niveles y recompensas del juego.
No pretendamos que un menor de dos sea capaz de mantener la atención durante más de 5 minutos
Alba María GarcíaPsicóloga infantil en Center Psicología Clínica
Solo están interesados por los colores y los objetos en movimiento. No son capaces de mantener la atención durante más de 5 minutos”, añade García. Esto se debe a que su capacidad de control ejecutivo aún no se ha desarrollado. A medida que crecen, el proceso madura de forma natural, siempre que no se interfiera. “La explicación neuropsicológica, es que cuando los niños están jugando deben ser ellos quienes realicen ese proceso de atención sostenida. Tienen que estar pendientes del juego, a qué juego, cómo lo hago… Si son muy pequeños y no la tienen muy entrenada, se cansarán antes”, sugiere Álava.
Además de la edad y del entrenamiento del proceso, el tipo de personalidad también determina el grado de aburrimiento que pueda provocar un juego o situación. “Existen una serie de variables de personalidad. Hay niños que son más tranquilos, que no necesitan tanta actividad física. Otros son de juegos más físicos. Eso no es bueno ni malo, sino un tipo de preferencia. Es importante que los padres las conozcan”, continúa Álava.
¿Cómo manejar aburrimiento?
No es saludable que los niños siempre estén entretenidos por una máquina o por adultos
Aunque es esencial que los padres se impliquen de forma activa en el juego, los niños también necesitan tiempo para desarrollarlo en solitario. Es una de las formas de que entrenen la atención sostenida. “Al principio se les puede dar alguna indicación y dejarles que ellos dirijan el juego”, comenta Álava. La psicóloga anima a permitirles hacerlo por sí mismos con consignas del tipo: Espera que yo no puedo seguir ahora, enseguida vuelvo y me cuentas lo que has hecho. “No es saludable que los niños siempre estén entretenidos por una máquina o por adultos. Deben tener momentos de juego ellos solos. A través, por ejemplo, del juego simbólico en el que el niño coge un objeto y se inventa actividades, juega a profesiones… Es algo fundamental para el correcto desarrollo de habilidades socioemocionales y para entender los roles. También es importante para la creatividad, el lenguaje…”, aconseja Álava.
Otra de las herramientas que favorecen el desarrollo de esta capacidad son los juegos tradicionales a través de las reglas, algo que puede integrarse a partir de los seis años. “Es una forma de que aprendan que el juego más divertido es la imaginación. No hace falta ningún objeto en particular, solo montar historia con lo que se tenga a mano”, continúa la también autora.
Puede que las pantallas eviten el aburrimiento, pero integran procesos poco saludables. El problema que plantean los juegos digitales respecto a la atención sostenida, es que la dirige el propio contenido, no la persona que los consume. “Aquellos juegos con una gran complejidad de incentivos (como los digitales) desencadenan esa sensación de estímulo, pero no favorecen el desarrollo neurológico.
Cuidado con la sobreestimulación
Cuando les inculcamos los estímulos de las pantallas, los niños terminan perdiendo el interés de otros más naturales
Además, cuando exponemos de un modo muy continuado a esos estímulos que ofrecen las pantallas, los niños terminan perdiendo el interés de otros más naturales, con un ritmo más lento (el desarrollo de los juegos tradicionales es más lento que un videojuego)”, advierte García. Asimismo, los contenidos digitales inciden en otro factor cuestionable para la salud del cerebro. “Utilizan un sistema de recompensa intermitente como las máquinas tragaperras, que hacen que te enganches.
Con un juego tradicional el proceso de atención lo haces tú solo y el sistema de recompensa no es intermitente”, sugiere Álava. La atención se ve favorecida por la novedad, ya que activa el sistema de recompensa. “A nivel cerebral, cada vez que se presenta un estímulo novedoso, nuestro cerebro está programado genéticamente para liberar dopamina, un neurotransmisor relacionado con el aprendizaje”, manifiesta García.Lee también
Esto se relaciona con un fenómeno psicológico conocido como inhibición latente, que expone cómo los estímulos familiares requieren de mayor cantidad de tiempo para producir algún efecto. “En consecuencia, centrar la atención en un juego tradicional (la comba, la naturaleza, las piezas de un puzle…) se necesita más cantidad de dopamina que para un videojuego que cada nivel presenta un escenario diferente y con un sinfín de estímulos”, aclara García.
Aburrimiento, frustración y soledad
Una de las consecuencias de la constante búsqueda de novedad es el miedo a la soledad
Además de las consecuencias que para el correcto desarrollo cognitivo conlleva no tolerar el aburrimiento, existe otra secuela emocional muy frecuente a medio y largo plazo. “Una de las consecuencias de la constante búsqueda de novedad o el aburrimiento es el miedo a la soledad. Últimamente, nos encontramos adultos que no toleran pasar tiempo consigo mismos porque temen esa introspección al silencio”, comparte García.
El aburrimiento favorece la introspección, un acto fundamental para el autoconocimiento y la gestión emocional. Un aspecto que también enfatiza Álava: “Es importante ser capaz de mirar hacia dentro para ver cómo nos sentimos, relacionarnos con nosotros mismos de manera sana. Ir buscando siempre novedad constante en la adolescencia desencadena problemas. En esa escalada las novedades ofrecen cosas peligrosas”.
Junto a esa falta de capacidad introspectiva, no aceptar el aburrimiento conlleva también una falta de resistencia ante la frustración “En otras palabras, no tenemos paciencia. En cuanto sentimos el más mínimo aburrimiento recurrimos al móvil o a la Tablet… En definitiva: a la inmediatez”, matiza García. Crear momentos de ruptura con el ritmo vertiginoso de estímulos al que los niños están sometidos y, que se aburran de vez en cuando, es la llave para que en el futuro sean adultos autónomos, pacientes y creativos.