¿Son efectivos los castigos a los niños? Colaboración con diario El Correo

Castigo Niños

Descartado el cachete y los gritos, hay alternativas para enmendar la mala conducta de los chavales. Dos psicólogos aportan algunas ideas

‘No volveré a portarme mal’. Cien veces escrito en la pizarra. Probablemente ayude a mejorar la caligrafía, pero poco más. Es igualmente efectivo mandarle al chiquillo que escriba una redacción, que además del ‘castigo’ tiene una vertiente mucho más educativa. Acaba de arrancar el curso escolar y ya habrán enviado a más de algún alumno al rincón a pensar, otra fórmula acertada. ¿Y luego en casa? Pues tarde sí, tarde no, confiscada la tablet o el móvil, al menos hasta que la rutina les aplaque un poco los berrinches. En el regreso al cole dos psicólogos debaten sobre la delicada cuestión de los castigos a los chavales y proponen fórmulas alternativas a mirar a la pared.

La primera cuestión en el debate es una advertencia: «el castigo se tiene que aplicar de manera inmediata, si no no es efectivo», coinciden los expertos Guillermo Fouce y Silvia Álava. «El niño sabe que si los padres lo demoran muchas veces se lo acaban levantando. Decirle ‘mañana te quedas sin excursión’ no es práctico. Primero porque no es bueno que el chaval se pierda una excursión donde puede aprender cosas y socializar con otros niños y, segundo, porque al niño al día siguiente se le ha olvidado ya por qué le han castigado». Así que la consecuencia se tiene que aplicar «en ese instante».

No le gusta a Silvia Álava, del gabinete psicológico Álava Reyes de Madrid, la palabra castigo y propone darle la vuelta al concepto. «En lugar de quitarles la tablet o el móvil hay que enseñarles que de entrada no tienen derecho a esas cosas, sino que se las tienen que ganar. ‘Te castigo sin jugar al ordenador’ transmite el mensaje de que el adulto maneja la situación y no es tan efectivo como si la maneja el niño. ‘Hoy no jugarás al ordenador porque has hecho algo mal y no te lo has ganado’ o ‘Después de cenar hoy no habrá chuches porque como has pegado a tu hermano o no has preparado la mochila o no has hecho los deberes… has perdido ese derecho’, es decir, que la responsabilidad es suya, disfrutar de esos extras está en su mano».

«Un tortazo es algo impactante para un chaval pero es un camino peligroso. Porque les estamos enseñando que la violencia es útil y que cuando alguien logra imponerse de esa forma no necesita argumentos» guillermo fouce

Concede Guillermo Fouce que «el refuerzo positivo, ese ganarse las cosas, es efectivamente mejor que el castigo», pero él no tiene inconveniente en el término. «Claro que hay que castigar a los niños, pero hay que ser educativos. Por ejemplo, si un crío se porta mal se le puede mandar a ordenar su habitación. Porque es algo que no le gusta y, por tanto, va a entender que es consecuencia de una mala acción suya, y porque limpiar su cuarto es bueno, es pedagógico».

Propone Fouce identificar, por decirlo de alguna manera, aquellas cosas que más efecto hacen en el chaval y aplicar por ahí los castigos. «A un niño enganchado a la tablet quitársela una tarde entera le va a hacer mella. Pero a otro que le cueste mucho hacer las tareas de casa algo más efectivo que la tablet puede ser que tenga que bajar la basura ese día o que si le tocaba a su hermano bajarla, la baje él».

– ¿No es un ‘riesgo’ implicar a los hermanos en los castigos?

– La comparación funciona muy bien entre los chavales. Pero hay que aplicar esto con cuidado de no generar tensiones entre los hermanos.

– ¿Y el espinoso asunto del cachete, de la torta…?

Guillermo Fouce: Un tortazo es algo impactante para un chaval pero es un camino peligroso. Porque les estamos enseñando que la violencia es útil y que cuando alguien logra imponerse de esa forma no necesita argumentos. Entonces el niño piensa: ‘Ahora he perdido porque mi padre tiene más fuerza, pero cuando la tenga yo, me impondré’. Otra cosa es que cuando un chaval entra en colapso se le agarre físicamente para pararlo y tranquilizarlo.

Silvia Álava: El castigo físico no lleva a ninguna parte porque, además, el adulto transmite al niño el mensaje de que no sabe controlarse. En el momento en que una madre le da una torta al chaval él se da cuenta de que ha ganado porque ha logrado desesperarla. ¿Cómo decirle luego entonces que no pegue a su hermano?

El castigo emocional, el castigo por excelencia

Hay alternativas más eficaces que el cachete, insisten los psicólogos. «El castigo por excelencia es el emocional, la retirada de atención al niño. Es parecido a cuando en clase el profesor le manda a reflexionar al rincón. Está bien seguir esa línea en casa. No hacerle caso al chaval es muy potente, sobre todo cuando éste tiene un vínculo muy estrecho con su padre o con su madre». Y de manera complementaria, «hay que hacerle ver al niño que su comportamiento ha provocado que sus padres se avergüencen o se sientan mal. Que interioricen que sus actos no solo tienen consecuencias para él, sino para las personas a las que quieren, en este caso para sus padres», ilustra Fouce, psicólogo social.

Y eso se puede transmitir con palabras o sin ellas. «Una mirada que signifique ‘por ahí no’ es muy efectiva, mucho más que un coscorrón. Los niños saben interpretar las miradas desde que son bebés. Por eso no hay que gritarles, hay que mirarles», sugiere Álava.

– A veces las rabietas son de tal intensidad que el adulto acaba perdiendo la calma y gritando al niño.

– Hay que evitarlo porque eso demuestra que no hay otro recurso que el grito. La clave es frenar a tiempo. Cuando uno empieza ‘para’, ‘te he dicho que vale’, ‘a la próxima…’, está perdido. Porque el niño sabe que tiene margen y sigue forzando la situación. Hay que cortar antes -defiende Silvia Álava-.

«Cuando uno empieza ‘para’, ‘te he dicho que vale’, ‘a la próxima…’, está perdido. Porque el niño sabe que tiene margen y sigue forzando la situación. Hay que cortar mucho antes» silvia álava

También es de adultos previsores adelantarse a las rabietas. «Hay que observar a los niños y e identificar posibles situaciones conflictivas. Imaginemos que el chaval es muy impaciente y cada vez que llega al parque y ve el columpio ocupado se pone a patalear. En ese caso, habría que hablar con él antes de salir de casa y advertirle de que probablemente tenga que esperar el turno para columpiarse y que esa es una norma que tiene que cumplir».

– Y si no la cumple, ¿entonces ‘nos vamos a casa’?

– ¿Se tiene que fastidiar el adulto yéndose a casa? No. El planteamiento es otro: hay que hacer ver al niño que ha infringido una norma, que es no respetar el turno de juego, y darle la ocasión de enmendarla. Si nos vamos a casa no sirve de nada.

– ¿Hay edades más conflictivas que otras?

– En torno a los 2 años aparecen las primeras rabietas porque el niño todavía no tiene autocontrol emocional y su forma de reivindicarse es diciendo ‘no’, ‘para mí’, ‘no quiero’… A los 8 años también se vuelven de nuevo un poco rebeldes y luego, por supuesto, la etapa de la preadolescencia.

FUENTE: elcorreo.com