La Gratitud nos hace más felices. Colaboración con la revista Misión
Numerosos estudios avalan los beneficios que tiene, en niños y mayores, el ser agradecido. Preocuparnos por los demás, dar las gracias por cosas cotidianas y asombrarnos por lo que se nos da ayuda a sentirnos más felices, fortalece el carácter y hace a los pequeños más autónomos.
Por Macarena Funes
Como bien dice el refrán, “es de bien nacido ser agradecido”. Pero es que, además, vivir desde niños con una actitud de gratitud y acostumbrarnos a dar las gracias a quienes tenemos al lado reporta enormes beneficios psicológicos, afectivos y sociales, como demuestran numerosos estudios.
Predictor de la felicidad
Como explica Silvia Álava, psicóloga infantil y autora del libro Queremos hijos felices (JDEF editores, 2014), “vivir con agradecimiento no es solo dar las gracias por protocolo, sino decirle a la otra persona que realmente valoramos lo que hace por nosotros o lo que nos ha dado cuando no tenía por qué hacerlo”.
Esta experta afirma a Misión que numerosos estudios corroboran que la gratitud “es uno de los mayores predictores de la felicidad”, y que las personas agradecidas están más centradas en los demás y construyen entornos más saludables porque asumen con naturalidad “vivir con la intención de echar una mano a los que están a su alrededor”.
Las personas agradecidas tienen menos problemas de salud, rinden más en el trabajo, son más empáticos, tienen más resilencia y afrontan mejor los problemas
Sus palabras quedan refrendadas con estudios como el que publicó en 2011 la revista Applied Psychology: Health and Well-Being, que señala cómo el agradecimiento mejora el descanso; o el emprendido por los psicólogos Robert Emmons, de la Universidad de California, y Mike McCullough, de la de Miami, en el que explican que quienes anotan los motivos diarios por los que estar agradecidos tienen menos problemas de salud, rinden más en el trabajo y son más empáticos con su entorno.
Giacomo Bono, profesor de psicología en la Universidad de California y autor de Educar en la gratitud (Palabra 2016), puntualiza para Misión que “esta virtud también fomenta la capacidad de afrontar los problemas y la resiliencia; y si ayudamos a los niños a desarrollar el carácter y la gratitud, los haremos mucho más fuertes y autónomos”, recalca.
Mostrar asombro por la naturaleza, lo bello y lo cotidiano; pasar tiempo en familia; hacer ejercicio y jugar con amigos hace que los niños sean más agradecidos.
Una escuela de gratitud
Los padres desempeñan un papel clave: “La familia es la gran escuela de la gratitud; no existen cursos o talleres que transmitan mejor este valor. Es una tarea que hay que trabajar desde casa, con constancia”, explica Álava.
Y no es misión imposible. Como señala Bono, actividades como mostrar asombro y admiración por la naturaleza, por las cosas bellas e incluso por las cosas cotidianas, pasar tiempo en familia, el ejercicio físico y jugar con los amigos hacen que los niños vayan aprendiendo a ser más agradecidos.
“Es algo que podemos enseñar desde el primer año de vida –explica Bono–, interactuando con nuestros hijos con lenguaje cariñoso y cercano para afianzar el vínculo afectivo. A partir de los 2 o 3 años, se les puede empezar a hablar de las emociones. La gratitud, en este caso, favorece el desarrollo de unas relaciones sociales más satisfactorias en el futuro”, destaca.
Mejor cara a cara
También los jóvenes y los adultos pueden cultivar la gratitud. Y aquí los psicólogos apuestan por “desvirtualizar” las relaciones en la era de la tecnología: “Es mucho más efectivo dar las gracias con una gran sonrisa o con un apretón de manos que recibir un montón de likes en una foto de Instagram”, señala Álava.
10 Pautas para educar en la gratitud
1. Lo primero, el ejemplo. Los padres son los primeros que han de cultivar esta virtud entre ellos y con otros, dentro y fuera de casa. Son el espejo donde los hijos se miran a diario.
2. Empezar desde pequeños. Desde muy niños pueden aprender a dar las gracias de corazón, no solo por cortesía. Y nunca es tarde para empezar a hacerlo.
3. A diario. “Gracias por poner la mesa”, “gracias por cargar las bolsas” … Podemos convertir en un hábito dar las gracias por cada pequeño servicio.
4. Agradecer no solo lo material. Dar las gracias no solo por lo que nos dan, sino también por las ayudas que nos prestan o lo que nos dicen (si alguien les sujeta una puerta, si les llaman guapos…).
5. Gratitud y asombro. Mostrar admiración por la belleza de la creación, por el alimento, por cosas cotidianas como el agua caliente, por la familia, o por ser capaces de reconciliarnos tras una pelea.
6. Un momento para dar las gracias. Reservar un rato del día para dar las gracias en familia: antes o durante la cena, antes de dormir… Un hermano puede agradecer a otro haberle ayudado a recoger los juguetes, etc.
7. Por escrito. Redactar una carta de agradecimiento a quien haya hecho algo por nosotros (un profesor, un amigo que nos acompañó cuando estábamos tristes…) para ir salvando la vergüenza que puede suponer dar las gracias.
8. ¡Sorpresa! Escribir pequeñas notas sorpresa para dejar en los rincones de la casa: “¡Muchas gracias por el bocadillo!”.
9. Tomar la iniciativa. Hacer cosas por los demás sin que nos lo pidan para ayudarles a sentirse agradecidos.
10. Poner el foco en lo positivo. Hacerles conscientes de las emociones positivas que genera dar las gracias.