Generación Sandwich

Generación sándwich: cuido a mis hijos, cuido a mis padres, trabajo fuera de casa…

Una singular ecuación demográfico-cultural-económica ha hecho que muchas mujeres adultas se vean hoy cuidando de sus hijos y también de sus progenitores. Ellas se quejan y los expertos advierten: la de la cuidadora 360º es una especie en peligro de extinción.

  • Por MARÍA CORISCO

levo seis meses intentando estar en varios sitios a la vez: en mi trabajo, en las sesiones de quimio de mi madre, al pie de la cama de mis hijos cuando tienen anginas… Si antes ya hacía la ruta de polideportivos, escuela de danza y academia de inglés, ahora, además, tengo el problema de la enfermedad de mi madre: ella era quien atendía a mi padre, que desde que tuvo un ictus tiene medio cuerpo paralizado…». Carmen, de 50, se lamenta y a su alrededor lo hace también el coro de amigas, vecinas y compañeras. «Mi madre se rompió la pelvis justo cuando los mellizos empezaban la semana blanca», dice Yolanda, de 48, y Chus cuenta lo suyo: «Cada tres meses viene mi suegra a casa, 92 años, apenas se puede mover. Y yo tengo un hijo de 16 con discapacidad, y un trabajo, y una madre en una residencia…». Todas coinciden: «Estamos atrapadas».

Atrapadas entre la lendrera y el sonotone, entre el monopatín y el andador. Pertenecen a la generación sándwich, un concepto ideado en 1981 por la trabajadora social Dorothy Miller para definir a ese grupo de mujeres estadounidenses de entre 30 y 40 años que se sentían como si estuvieran en medio de dos rebanadas de pan, una integrada por sus hijos y otra por sus padres, que demandaban su atención. No se trata, por tanto, de un fenómeno nuevo, me digo. De hecho, miro hacia atrás y recuerdo a mis abuelos, él con patologías múltiples y ella con Alzheimer, rotando cada mes de la casa de un hijo a la de otro… y en todas había chiquillería.

España en el pasado y en la actualidad

En esos años, pienso, por aquí nadie habría entendido eso del sándwich, y menos aún en la España rural. Al fin y al cabo, dice Begoña Elizalde-San Miguel, profesora de Sociología y Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra, «nuestro modelo de bienestar ha sido tradicionalmente familista: el cuidado de las personas, tanto mayores como menores, estaba garantizado dentro de las familias, sin que el Estado hubiera de asignar recursos específicos para estos cuidados». Pero hoy sí que se entiende la metáfora del sándwich, y la trampa de los cuidados también.

La clave está en que en las últimas décadas se ha producido una transformación del modelo familiar español. El tinglado, aun siendo el mismo, tiene otros mimbres: por una parte, la mujer -cuidadora por tradición, que no necesariamente por vocación- se ha incorporado al mercado laboral de pleno derecho; por otra, se ha producido un claro aumento de la edad de maternidad: según el INE, la media a la que las españolas empiezan a tener hijos ronda los 32 años (lo dice el INE y así será, pero miro a mi alrededor y las que van con el carrito del bebé están más próximas a los 40 que a los 30…). «Es una edad que va en ascenso constante, una tendencia sin vuelta atrás», continúa Elizalde-San Miguel, «y esa fase coincide, y cada vez lo hará más, con que tus padres son mayores». Para seguir completando el cuadro, los padres viven mucho: somos el cuarto país con mayor esperanza de vida (después de Japón, Suiza y Singapur, dice la OMS) y esta conquista tiene también sus servidumbres.

La tormenta perfecta

A eso podemos sumarle otros cambios sociales que no es que sean buenos ni malos, pero que tampoco ayudan. «De niña, llegaba del colegio, cogía el bocata y a la calle. Hoy mis hijos no salen solos y tienen sus extraescolares», me dice Meli, de 47 años, con tres hijos de entre 12 y seis, y una madre de 78 con glaucoma avanzado. Y añade: «Hasta hace poco me ayudaba mi madre con ellos, hoy soy yo la que tiene que estar pendiente de ella».

Porque, dentro de ese modelo familista, cuando los abuelos están bien les encasquetamos a los niños, y no es solo una cuestión de egoísmo puro: pensemos que el número de peques entre cero y tres años que tienen una plaza en una escuela infantil pública es, a nivel estatal, de un mezquino 20%; otro 20% más se puede permitir dejarlos en guarderías privadas. ¿El resto? Madres que no trabajan fuera de casa… y los benditos abuelos. Esto puede ser así hasta que aparecen patologías en los ancianos, el equilibrio se resquebraja y nos toca cuidarlos.

¿Qué podemos hacer?

Todos esos factores en la coctelera nos ayudan a entender por qué esa generación sándwich está hoy más acogotada que ayer. «Se nos ha juntado todo: mis padres me necesitan, pero aún no puedo dejar a mis hijos solos», explica la doctora en Psicología Silvia Álava, del Centro de Psicología Álava Reyes, «es el momento de la corresponsabilidad y de ser capaces de pedir ayuda, porque no es una carga que debamos llevar nosotras solas».

Y abrimos así otro melón. El de nuestro rol de cuidadoras, un rol que parecería grabado a fuego en nuestro sentido del deber. Mientras hablo con Elizalde-San Miguel, me oigo decir que cómo no voy a cuidar de mi madre, «si es que está en mi ADN…». El coscorrón es inmediato: «No está en nuestro ADN, es una construcción, un mandato de género en el que seguimos siendo socializadas. Las expectativas de cuidados están generizadas, es una creencia colectiva que cuesta muchísimo romper». Entono el mea culpa y lo hablo con Silvia Álava, quien dice que «se nos ha inculcado. Si no ejercemos el rol de cuidadora aparece la culpa. Tenemos un nivel más alto de autoexigencia, de hija estupenda que cuida a los padres en el momento en el que hay un problema».

La importancia de la corresponsabilidad

En el cuidado infantil, aun cuando las mujeres son, en un 80%, quienes solicitan las reducciones de jornada por hijos a cargo, sí vamos viendo una progresiva involucración de los hombres. Mi ejemplo, con un marido permanentemente atento a los hijos, era excepcional 20 años atrás; hoy lo va siendo menos. Pero el tema de los mayores parece ir más despacio. Mamen, de 51, lo resume así: «Yo estoy pendiente de mi madre, voy a verla, hablo con ella todos los días… Y él se desentiende de la suya. Le tengo que estar recordando que la llame, pero se queda tan pancho porque sabe que su hermana está ahí».

Ah, cierto: en lo que toca a los mayores, el conflicto de género no se da solo en la pareja, sino entre hermanos. Me lo cuenta así Vanesa: «Somos seis hijos; dos chicas y cuatro chicos. Pero somos nosotras quienes los acompañamos al médico, buscamos alguien para que los ayude en casa, estamos atentas al día a día, a que no les falte de nada…».

¿Una cuestión de educación?

«Suele suceder que los padres, cuando se hacen mayores y se sienten vulnerables, tienden a tirar más de las hijas. Ahí está el tema de las diferencias en la educación en niños y niñas. Es el momento de atajarlo», dice Silvia Álava, y con ella coincide Elizalde-San Miguel, que añade que hay una cuestión de fondo, que preocupa a demógrafos y sociólogos y que nosotras apenas atisbamos desde nuestro sándwich, que es la crisis de los cuidados, el modelo de dependencia, el quién cuida de quién: «La Ley de Dependencia se ha traducido en buena parte en una prestación por cuidado familiar; seguimos sin profesionalizar los cuidados».

Además, no nos engañemos: el valor simbólico del buen cuidado está muy vinculado a lo emocional, al cariño: queremos que nos cuide quien nos quiere, no un extraño. Para Silvia Álava, «estamos en una fase de transición y hay un desajuste: las expectativas de los mayores siguen vinculando su cuidado a la familia y, dentro de esta, a las mujeres. Pero ellas, cada vez más, trabajan fuera de casa. Es la excusa perfecta para el conflicto», señala Silvia Álava.

Las expectativas

Pero el futuro se antoja más difícil aún, lamento decirlo. Porque no es ya solo que la edad de maternidad se siga retrasando y que los abuelos vayan a vivir cada vez más años… Es que también batimos récords en descenso de natalidad. De forma que esas peleas entre hermanos acerca de quién cuida a mamá van a dejar de existir…, porque no va a haber hermanos con los que repartir la carga de los cuidados. Antes, por cada mayor de 75 años había tres personas entre 40 y 55 años. Ahora, el grupo poblacional que debe cuidar de los padres es más pequeño y seguirá descendiendo.

No hay una solución colectiva fácil, especialmente en lo concerniente al cuidado de los más ancianos. «¿Qué pasará mañana? Quien se lo pueda permitir contratará a un cuidador, ¿y el resto?, ¿querrán nuestros hijos cuidarnos?», se pregunta Begoña Elizalde-San Miguel. Porque es posible que nuestras hijas o nietas sean capaces de quitarse la rebanada de pan de encima, de convertirse más en generación tosta, si se me permite la frivolidad, que en generación sándwich. Es algo que debemos tener en cuenta, y el Estado también, concluye la experta, porque «pensar que va a seguir funcionando el modelo, dejarlo al albur de que haya algún familiar dispuesto a cuidarnos, nos pone en el riesgo de la desatención».

FUENTE: Revista Yodona

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja una respuesta