Separarse y compartir techo - YoDona - Silvia Álava

¿Compensa separarse y vivir bajo el mismo techo para que los hijos no sufran? Colaboración con YoDona

Por María Corisco

Custodia compartida, ¿lo mejor para los hijos?

  • Cada vez son más las parejas separadas que siguen viviendo bajo el mismo techo. La razón: mantener la rutina doméstica de los menores para evitar que sufran. ¿Compensa?¿Qué riesgos puede entrañar? Expertos y parejas que lo han puesto en práctica coinciden en que no es una opción para todo el mundo.

Puede que suene antiguo, como aquellas lecciones de vida con las que se educaba a nuestras madres y abuelas en la resignación: «No te separes, piensa en tus hijos. Hay que aguantar por ellos». Huele a rancio, pero la realidad es terca y nos dice que todavía hoy son muchas las parejas que, por el bien de sus retoños, deciden seguir viviendo bajo el mismo techo. Sin amor.

Detrás de esa decisión siempre resuena el miedo al sufrimiento de los niños. Lo hemos oído mil veces: «Los que peor lo pasan en una separación son los hijos». Tiene lógica: al fin y al cabo, es algo en lo que ellos no han tenido ni voz ni voto. Es una decisión que toman los adultos, y se encuentran con que sus padres ya no viven juntos, hay dos casas y ellos tienen que ir cambiando de una a otra. No parece muy aventurado pensar que no va a ser un camino de rosas. Y ahí es cuando, si el desamor no se ha convertido en odio, puede surgir la opción de continuar bajo el mismo techo.

Esa fórmula le funciona, al menos de momento, a Ainhoa, de 42 años. «Hace año y medio mi marido y yo llegamos a un pacto de no agresión. Dormimos separados, cada uno puede tener otras relaciones, con discreción, y ponemos un dinero en una cuenta para los gastos comunes. Pero con los niños intentamos mantener las mismas rutinas de antes y está prohibido discutir delante de ellos o hablar mal del otro. No es algo maravilloso, sé que es un fracaso, pero de momento nos compensa. Nos agobiaba mucho imaginárnoslos con la maletita de una casa a otra», explica.

La decisión, está claro, no es sencilla y a menudo se recurre a un profesional para valorar no solo su viabilidad, sino también los compromisos y riesgos emocionales que entraña. «Mantener la convivencia aun cuando el vínculo afectivo se ha roto es algo que vemos de manera habitual en la consulta», explica Silvia Álava, doctora en psicología y directora del Área Infantil del gabinete psicológico Álava Reyes. La tentación de valorar si está bien, mal o regular surge de inmediato, así que la experta nos previene contra el juicio ligero: «No es una decisión sobre la que debamos pronunciarnos: cada cual puede poner el foco donde quiera, ya sea en cómo van a sufrir mis hijos o en cuánto voy a sufrir yo. No es una resolución correcta ni incorrecta, buena ni mala». Prevenidos quedamos, pues.

La siguiente advertencia llega al momento: «Por más que se quiera, no siempre es posible, ni tampoco deseable, seguir juntos. Solo puede hacerse cuando, pese a que la pareja esté rota como tal, se mantenga la comunicación y unos mínimos niveles de convivencia. Si hay muchos reproches, malas palabras o tensión no tiene sentido, porque para los hijos es muy dañino vivir en ese ambiente».

Con ella coincide la psicóloga clínica Maribel Gámez, colaboradora del Club de Malasmadres: «Es muy habitual que las parejas en crisis teman que sus hijos sufran y que, para evitarlo, intenten quedarse juntos. Pero si tienen muchísimas dificultades de convivencia, parece evidente que el ambiente no será el más adecuado para los niños; entre otras cosas, porque se crean unos modelos de maternidad y paternidad que les pueden perjudicar en el futuro. Además, muchas veces el punto de partida es una falsa creencia, esa idea de que lo mejor es vivir con el padre y con la madre, que es así como debe ser, cuando posiblemente sea más adecuado romper una relación nociva y, tal vez, encontrar en el futuro una mejor».

Foto: GETTYIMAGES

Desde la teoría, y en un mundo ideal, explica Gámez, una separación no tendría que ser traumática para los hijos: «Lo que hace daño no es la separación, sino cómo se hace. Si ambos padres se ponen de acuerdo en el modo de comunicarlo, establecen rutinas similares para ambas casas, dejan que se manifiesten las emociones y responden a sus preguntas no tiene por qué ser un drama. Es un momento de transición que hay que saber manejar, y ellos pueden adaptarse». Pero eso, efectivamente, es en un mundo ideal. Con frecuencia las rupturas abren un abismo que va mucho más allá de la pérdida del amor.

Un abismo que no se refleja, claro está, en las cifras del Instituto Nacional de Estadística. En 2017 se contabilizaron en España 102.342 casos de divorcio, y la duración media de los matrimonios fue de 16,4 años, mientras que aquellos en los que se produjo solo separación se mantuvieron juntos más tiempo: 22,7 años. Las cifras muestran también que en el 43,3% de las rupturas los cónyuges no tenían hijos que dependieran económicamente de ellos. Un 46% solo tenía hijos menores de edad y el 5,4% mayores dependientes.

Es un mapa frío, objetivo, sin emociones. No nos permite saber cuánto tiempo se ha aguantado hasta el momento en que se rompe la convivencia, ni tampoco las razones. «En consulta», dice Silvia Álava, «vemos a parejas que, una vez creen que los hijos están preparados, se separan; también hay casos en los que el hecho de seguir bajo el mismo techo hace que se reencuentren y vuelvan a estar juntos, pero son los menos».

No es infrecuente tampoco que la decisión sea unilateral, es decir, que solo sea uno de los dos miembros el que desee dejar la relación, pero decida mantenerla para evitar el sufrimiento de los niños. «Me habría separado mucho antes, pero mi hija tenía siete años, y me pareció mejor continuar», recuerda Isabel, de 43. «No se lo dije a mi marido porque seguramente se habría ofendido muchísimo solo de pensar que yo no lo quería. Además, económicamente no nos lo podíamos permitir», relata. La experiencia de Pedro es diferente:»No sé si es correcto decir que no me separé por mis hijos. Seguí con mi mujer por ellos, porque no podía soportar la idea de quedarme sin la custodia y tener que verlos en fines de semana alternos. Esperé a que fueran mayores y pudieran tener voz; ahora funcionamos con custodia compartida».

Es cierto que la decisión de separarse, o no hacerlo, es poliédrica y confluyen muchos factores a la vez.. «Es interesante tener claro por qué seguimos juntos. Por ejemplo, un divorcio normalmente te empobrece: necesitas tener dos casas, hay gastos que se duplican… Si la convivencia no es tan mala, a lo mejor te compensa seguir. Otras veces se dice que es por los hijos, pero la verdadera razón es el miedo. Resulta importante saber por qué se hacen las cosas», explica Álava. Sobre todo porque, a veces, esta decisión puede utilizarse como arma arrojadiza en el futuro, de ahí que haya que sopesar sus riesgos emocionales, añade la psicóloga:»Se trata de asumirla con todas sus consecuencias, de forma coherente, para que no llegue un día en el que puedas reprochar a tus hijos que renunciaste por ellos a llevar otra vida o a ser feliz. No puedes decirle a nadie que has arruinado tu vida por él».

Otro momento complicado, explican las expertas, es el de la mayoría de edad o el de cuándo se decide que los hijos ya son capaces de entender la separación. Tras años de protección, de que no se enteren de que la relación entre sus padres ha naufragado, se corre el riesgo de, buscando aliados, abrir la caja de los truenos al contarles agravios y ofensas. «Hay que insistir en que los problemas de pareja se circunscriben a ella», recomienda Maribel Gámez, «aunque los hijos sean adultos, no hay que meter cizaña y no hace falta darles más información. Es un error pensar que porque hayan cumplido ya 18 o 20 años tienen edad de saberlo todo. Hay cosas que deben quedar en la intimidad. Si quieres desahogarte, puedes contárselo a otras personas, pero no a los chicos».

Finalmente, el consejo que ambas expertas brindan es el de, reconociendo la dificultad de afrontar una ruptura, no dudar en pedir orientación cuando nuestros recursos no son suficientes para hacer frente a la realidad.

FUENTE: www.elmundo.es/yodona

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