Cómo lograr que los niños hagan caso a los padres sin aplicar castigos. Colaboración con el diario El Mundo
Una reprimenda debe aludir a una acción, nunca a la personalidad
- Educar se hace a largo plazo y el castigo sólo funciona en el corto
- Castigar a los hijos los aleja afectivamente de sus padres porque «siembre el miedo» en ellos
Una semana sin tele, sin móvil, sin tabletas, sin videojuegos… Sin nada. El castigo como estrategia educativa está desfasado y así lo afirman las investigaciones al respecto publicadas en los últimos años y también los expertos en educación, que apuestan por aplicarla siempre en positivo y, sobre todo, por alejarla de la idea de prohibición y de los cánones del pasado.
El objetivo es conseguir que los pequeños se habitúen a hacer caso a los padres y, para ello, el castigo no es la mejor opción. Mucho más óptimo es acostumbrarlos a escuchar a los progenitores y, en esa escucha, administrar consejos que, al cabo, consigan reprimir en ellos sus malos comportamientos.
La razón de que castigar ya no sirva es que se ha entendido que la meta es educar a largo plazo y no sólo enseñarles a obedecer en un momento dado. Es decir, no emplear el castigo no significa que los niños hagan lo que les venga en gana sino, precisamente, lo contrario.
Así lo explican a este periódico las psicólogas Cecilia Martin y Marina García, directoras del Instituto de psicología y desarrollo personal Psicode: «A los pequeños hay que ponerles límites y reglas porque son necesarios para su educación y desarrollo. Los límites les dan seguridad porque, así, crecen sabiendo cómo funciona el mundo que les rodea, saben qué se espera de ellos y qué normas deben respetar. Debemos evitar sobreprotegerlos y consentirles. Pero no es necesario usar el castigo, tenemos otros métodos más positivos y respetuosos que no dañan la autoestima del menor ni su relación con el adulto».
Porque realmente, «¿qué queremos como padres?», reflexionan. «¿Queremos que nuestros hijos nos obedezcan porque yo lo mando o, por el contrario, queremos que crezcan con libertad de pensamiento y respetando a los demás, a sí mismos y a su entorno?».
El castigo como técnica a corto plazo, para que el niño obedezca y se comporte como quieren sus padres, es eficaz, pero lo que interesa es educarlos, es decir, «enseñarles a pensar y no tanto a obedecer. Si usamos el castigo, los niños obedecerán por miedo, no porque entiendan la norma ni porque la interioricen. Castigar no hace a los niños más responsables sino más obedientes por miedo a la sanción«, explican.
Con los adolescentes, las normas y los límites deben estar muy claros. Los chicos deben saber qué es lo que tienen que hacer y, sobre todo, las consecuencias que tendrá su mal comportamiento: «Si las normas y sus consecuencias están claras, no se tendrá que acudir al último recurso, que es el castigo. Mejor prevenir y dialogar», sostiene el doctor en Psicología José Amador Delgado Montoto, autor de Mi hijo no estudia, no ayuda, no obedece. 25 reglas para solucionarlo (Ed. Pirámide). Los jóvenes tienen que saber de antemano que no hacer la cama tendrá consecuencias; previamente establecidas.
Sucede, además, que cuando se usa el castigo se cometen errores. Si el niño ha hecho algo mal un martes, se le castiga sin tele el fin de semana, se ponen castigos desproporcionados o se le riñe aludiendo a su persona en vez de a su actitud: «Eres muy desordenado siempre, no puedes ser así», en vez de «hoy has dejado la habitación desordenada, y sabes que hay que recogerla cada día».
«Siempre es mejor corregir que castigar porque el castigo afecta a la persona, la minusvalora, mientras que la corrección se hace sobre la conducta y no sobre el niño», apunta Delgado. Otro de los motivos por los que, actualmente, se rechaza el castigo es porque puede desgastar en la confianza entre padres e hijos.
«El castigo genera rebeldía y agresividad en los niños y les aleja afectivamente de sus padres porque es difícil querer a alguien a quien se le tiene miedo. A medida que pasa el tiempo, los padres que usan este método sembrarán resentimiento y falta de confianza en sus hijos», explican las psicólogas Martín y Marina.
También provoca dificultades sociales: «Los niños aprenden por imitación por lo que, si usamos el castigo con ellos, éste será un modelo que usarán en sus relaciones con los demás cuando algo no suceda como ellos quieren, dificultando así sus relaciones sociales».
La psicóloga Silvia Álava, directora del Área Infantil del Centro de Psicología Álava Reyes, apela a dos conceptos clave que resultan útiles a la hora de educar: refuerzo y extinción. «El objetivo es consolidar las conductas positivas que hacen bien y suprimir las negativas», explica.
El refuerzo consiste en ofrecer una actividad positiva al pequeño cuando haya hecho algo bien. Por ejemplo, ha recogido sus juguetes sin que los papás le digan nada, y éstos aplauden su conducta porque es lo que tiene que hacer: «No hay mejor refuerzo para un niño que la atención de los padres», apunta Álava, autora de los libros Queremos hijos felices y Queremos que crezcan felices.
Pero la mayoría de las veces les prestamos más atención cuando hacen algo mal. Por ello, es importante reforzar lo que hacen bien, hacerles ver que eso es lo correcto y que a los padres les pone contentos. La extinción consiste es suprimir o tratar de evitar que los niños hagan cosas que no agradan a los padres, y dejar de prestarles atención cuando las hagan. En vez de castigar, poner en práctica el hoy no te lo has ganado.
Porque no se trata de prohibir sino de ganarse las cosas. «A partir de hoy, no habrá castigos sino que será el pequeño quien se gane el jugar con el ordenador, o estar más minutos con la tableta», afirma Álava. Y así lo deben comunicar los padres a sus hijos.
¿Cómo se ganan eso los niños? Muy fácil: haciendo los deberes a su hora, yéndose a la cama sin rechistar, haciendo sus tareas, etc. En definitiva, cumpliendo las normas de la casa. «Hay que educar en positivo», afirma. Por tanto «en vez de castigo» se dirá algo como: «Hoy no te has ganado el derecho de ver la televisión o de jugar con el móvil de mamá o papá».
Se trata de ganarse las cosas porque, según explica Álava, se da por hecho que un niño tiene derecho a jugar con el móvil y, si no hace sus obligaciones, le castigamos sin ello. Sin embargo, los hijos han de saber que, si quieren jugar con el móvil, tendrán que hacer sus tareas y portarse bien, y así ganarse el derecho a tal cosa. Por supuesto las normas, los límites y los no derechos deben ser siempre adecuados y adaptados a su edad. Por lo que también, sostiene Álava, se puede usar este método educativo con hijos adolescentes.
Por ejemplo: su hijo de siete años ha recogido toda la habitación cuando ha terminado de jugar. Los padres pueden decirle: «Muy bien, hoy puedes jugar con la tableta una hora». De este modo, «estaremos reforzando la conducta que hace bien (recoger su cuarto), interiorizándola e instaurándola en su rutinas diarias. Por lo que será una conducta que aprenderán y que mantendrán para el futuro», amplía Álava.
Otra cuestión fundamental es que, aunque los niños se hayan portado fatal nunca hay que negarles su derecho a jugar. «Cuando les digamos que hoy no pueden realizar una actividad concreta, porque no se la han ganado, hay que referirse a cosas como el móvil, la tableta, el ordenador o la televisión, pero nunca a su derecho a jugar, como niños que son», concluye esta psicóloga.