Tristeza, frustración, rabia, decepción… Las vemos como emociones negativas cuando, en realidad, nos enseñan mucho de nosotros y son necesarias para poder tener una vida plena.
POR MARÍA CORISCO
Ante una emoción que consideramos negativa, nuestro primer impulso es apartarla de nuestra mente, borrarla sin pararnos a pensar de dónde viene, no intentar saber qué nos quiere decir. Y a menudo es un error: entender que estas emociones son buenas y aprender de ellas puede ayudarnos a superarlas y que no se queden latentes y nos hagan daño.
Por eso, tal vez la primera consideración, apunta Silvia Álava, doctora en Psicología Clínica y autora del libro ¿Por qué no soy feliz?, es la de no diferenciar entre emociones positivas y negativas. “Todas las emociones son buenas, nos traen información, nos dicen que nos ocurre algo que puede ser agradable o desagradable. Permitirnos pararnos a pensar en ellas es una labor de introspección necesaria”.
¿Qué me pasa?
Profundizar en las emociones negativas, aunque pueda parecer contraproducente a primera vista, puede tener varios beneficios:
- Autoconocimiento. Al explorar y comprender las emociones desagradables, puedes aprender más sobre ti mismo, tus pensamientos y tus reacciones emocionales. Esto puede ayudarte a identificar patrones de comportamiento y pensamiento que quizás desees cambiar o mejorar.
- Resolución de problemas. Al profundizar en ellas, puedes descubrir las causas subyacentes de esas emociones. Esto te brinda la oportunidad de abordar y resolver problemas que puedan contribuir a tu malestar emocional.
- Aprendizaje emocional. A menudo contienen información valiosa sobre tus necesidades, deseos y valores. Al prestar atención a estas emociones, puedes aprender a satisfacer esas necesidades de una manera más saludable y efectiva.
- Liberación emocional. A veces, al permitirte sentir y expresar emociones negativas de manera adecuada, puedes liberar la tensión emocional acumulada. Esto puede llevar a un alivio emocional y a una sensación de calma.
- Empatía. Profundizar en tus propias emociones también puede aumentar tu empatía hacia los demás. Comprender tus propias luchas emocionales puede hacerte más comprensivo y compasivo con las de los otros.
- Fortaleza emocional. A medida que enfrentas y superas las emociones negativas, puedes desarrollar una mayor resiliencia emocional. Aprender a lidiar con ellas puede ayudarte a manejar mejor el estrés y las adversidades en la vida.
- Mejora de las relaciones. La comprensión y la gestión de tus propias emociones negativas pueden mejorar tus relaciones con los demás. Puedes comunicarte de manera más efectiva, resolver conflictos de forma constructiva y ser más consciente de cómo tus emociones afectan a las personas que te rodean.
No regodearse en las emociones negativas
No se trata de regodearse en esa emoción ni de abrirle las puertas para que campe a sus anchas por nuestra mente. “No nos interesa entrar en una fase de rumiación en la que le damos vueltas y más vueltas. Pero sí de prestarle atención, porque si eso que sentimos se queda sin atender, puede afectar a nuestra salud. Surgen así síntomas psicosomáticos: migrañas, contracturas, insomnio… Y detrás está esa emoción desagradable”.
Entre las cosas que podemos hacer, Silvia Álava propone:
- Prestar atención al origen de esa emoción, a la causa de que se haya producido.
- Reconocer la emoción que tenemos y saber ponerle nombre.
- Comprender, además de la causa, la consecuencia: las emociones nos van a hacer actuar, y a veces condicionan nuestro comportamiento. Respondemos «en caliente».
- No juzgar: “Lo que nos hace enfermar es la metaemoción, por ejemplo cuando nos decimos «no me tendría que haber enfadado». Se trata de sentir sin juzgar, la emoción nos da la información y la dejamos ir”.
- Entender que todas las emociones son buenas, sirven para algo y nos pueden ayudar a tomar decisiones.
Si entendemos lo que nos ocurre, le ponemos nombre y sabemos por qué se ha producido, estamos en el camino de poder gestionar de forma adecuada la emoción.