Darles el teléfono móvil cuando tienen emociones desagradables o no promover que ellos se resuelvan sus problemas son algunos de estos actos
Por María Dotor
Muchas de las cosas que hacemos en nuestro día a día van encaminadas a facilitarnos la vida. Es lógico, tenemos que compaginar el trabajo con la vida familiar, con las tareas domésticas, con nuestra vida social, en pareja… No hay horas en el día, y si no desarrollamos estrategias para facilitarnos esa cotidianidad, es imposible que lleguemos a todo, pero… ¿nos hemos parado a pensar en las consecuencias que tienen algunos de esos actos para nuestros hijos? Aunque, a corto plazo, puedan resultar beneficiosos, no lo son en absoluto a la larga. Lo entenderemos mejor viendo ejemplos:
1. Darles de comer, vestirles…
Te voy a proponer que realices un ejercicio utilizando Google imágenes. Se trata de que pongas en el buscador “niños autónomos” y le des a buscar. ¿Qué fotos te muestra? Sí, efectivamente, nos muestra fotos de niños de tan solo cuatro años comiendo perfectamente, sin marcharse o preparando un pastel solos, sin ayuda de sus padres…
También aparecen niños jugando con su tren mientras, al fondo, sus padres leen tranquilamente. Y ahora os pregunto: ¿estas fotos se corresponden con la realidad? El psicólogo Alberto Soler hizo este mismo ejercicio al inicio de una ponencia titulada ‘Educar niños autónomos’. Las risas entre el público no se hicieron esperar.
En realidad, matizaba Alberto, eso “no tiene mucho que ver con la autonomía. La autonomía se parece mucho más a un niño que está hasta arriba de espaguetis con tomate. Ese niño autónomo al que sus padres le han permitido comer solo, con sus manos, ponerse hasta las trancas de salsa de tomate”.
Puedo ver vuestras caras imaginándoos todo el tomate por el suelo. Sus manos, su cara, la mesa…toda la cocina manchada de tomate. Nuestro instinto nos lleva, inmediatamente a pensar: ¿qué necesidad tengo yo de esto? Mañana le doy yo de comer que, además, acabamos antes. ¿Es así?
Sí, y es porque tenemos la falsa creencia de que la autonomía de los más pequeños implica una mayor comodidad para los padres, que cuando nuestros hijos sean autónomos podremos estar tranquilamente leyendo mientras nuestro hijo prepara bizcochos en la cocina sin manchar nada.
Pensamos que los niños autónomos se levantan solos, se preparan solitos el desayuno, se cepillan los dientes, se visten solos, mientras nosotros hacemos otra cosa. En realidad, aclara Alberto, “fomentar la autonomía de los niños implica lograr prácticamente lo mismo que lograríamos haciendo por ellos las cosas pero invirtiendo mucho más tiempo y esfuerzo”.
Es algo que a corto plazo no parece que nos sea rentable, pero que a medio y largo plazo sale mucho a cuenta. Si estamos dispuestos a fomentar la autonomía de nuestros hijos, al principio tendremos que limpiar mucho tomate. En definitiva, tendremos que dejar a un lado nuestra comodidad de darles nosotros de comer, asegurándonos que no manchan nada.
Lo mismo ocurre con otras actividades como vestirles. Es más fácil que lo hagas tú. En 3 minutos le habrás puesto el pantalón, la camiseta, los zapatos y te habrá sobrado tiempo para peinarle, pero… ¿qué estamos consiguiendo con esto, más allá de facilitarnos a nosotros la existencia? Nuestros hijos no aprender a vestirse si siempre les vestimos nosotros. Si queremos niños autónomos es esencial dejarles hacer.
2. Calmarles con elementos externos
Solo hay que ir a un restaurante a comer un sábado para ver un ejemplo. Niños sentados en la mesa entreteniéndose con un móvil o una tableta que le han dejado sus padres para que les deje comer a ellos tranquilos. Sí, es entendible, necesitamos un rato de paz, de conversación con nuestra pareja o amigos, y nuestro hijo no aguanta dos horas sentado en una silla sin moverse, en la misma posición, lo cual es más lógico aún. Cuando ha llorado ya un par de veces, le damos el móvil, que sabemos que le calma, y todos tranquilos.
El psicólogo Rafa Guerrero, en este sentido, habla de los dispositivos como “chupetes emocionales” para nuestros hijos. Y lo explica así:
“Creemos, de manera bien intencionada e inconscientemente, que dándole a nuestro hijo el móvil para no prolongar más su rabieta o tristeza le estamos haciendo un gran favor. Y desde luego que no es así. Si cada vez que tiene un mal día o siente una emoción desagradable, le doy el móvil o la tableta, le estoy anestesiando emocionalmente. Estamos perdido una gran oportunidad para que conecte con lo desagradable que es sentir miedo o tristeza, o incluso aburrirse y desarrolle elementos internos para calmarse”.
Rafa relaciona la calma que le proporcionamos a nuestros hijos con elementos externos, en este caso los dispositivos, con la adicción. Si nuestros hijos no aprender a calmarse por sí mismos, siempre buscarán la calma fuera, en otros elementos, que en este ejemplo puede ser un dispositivo, pero mañana podrían ser las drogas, la comida…
3. Restringir sus movimientos
¿Recuerdas cuando eras pequeña el parque de juegos en el que te metían tus padres? Era una especie de cuadrilátero del que no podías escaparte. Cuando estábamos allí, nuestros padres estaban tranquilos, podían, incluso, irse a otra habitación a hacer tareas domésticas. Pero ¿qué pasaba contigo? Te estaban restringiendo tu capacidad de movimiento, de explorar.
Bien, dicho esto, es lógico que, a veces, necesitemos dejar a nuestros niños en algún sitio “seguro” mientras nosotros hacemos otras cosas, pero no podemos convertir esto en la norma. Los niños necesitan movimiento para su correcto desarrollo psicomotriz.
Emmi Pikler fue una conocida pediatra nacida en Viena que ejerció en Budapest en los años 30. Creía en la importancia de que el niño fuera lo más autónomo posible y pensaba que era importante dejarles libertad para que resolvieran las situaciones por sí solos.
Una de las cosas que hacía era retirar todos los equipamientos que animaban la pasividad de los bebés, como los asientos o los andadores. “Si el niño está en una trona no puede jugar por su cuenta. Si algo se cae, no puede cogerlo y tiene que depender de que la madre lo rescate. Tiene que pedir ayuda en lugar de aprender cómo resolver un problema. Un niño limitado o confinado se convertirá en un niño pasivo o enfadado”, decía Emmi.
Así, dice su hija, «enseñaba cómo un niño pequeño, movido por su propia iniciativa, es capaz de estar activo, moviéndose continuamente, para explorar. A los padres les animaba a respetar la necesidad de los hijos de espacio y de su propio ritmo: Cada hito del desarrollo motor es alcanzado por la propia iniciativa del bebé como resultado de sus propios esfuerzos”.
4. No pensar en sus “tiempos”
Dejemos atrás el verano, volvamos a la época escolar, cuando teníamos que madrugar para llevar a los niños al cole y luego irnos nosotros al trabajo. Bien, cuando ponías el despertador, ¿cómo calculabas el tiempo que necesitabas para hacer todo y salir a tiempo de casa? La mayoría calculamos el tiempo pensando en lo que tardamos nosotros, los adultos, olvidándonos que el tiempo de los niños es mayor.
No tienen ni la misma destreza del adulto, ni la misma capacidad para hacer las tareas, y, además, los niños se distraen con una gran facilidad, y aunque reciban una orden muy clara, como por ejemplo vístete, basta que se encuentren un juguete o un hilito en la alfombra para ponerse a jugar con él.
Por ello, la psicóloga Silvia Álava nos recomienda “pensar en el tiempo que nuestro hijo necesita para realizar una determinada tarea en función de su edad, de su grado de autonomía y sus características, no lo que nosotros necesitamos, ni el tiempo en el que nosotros creemos que tendría que hacerlo”.
De esta forma, no tendremos que acabar haciendo nosotros tareas para las que ya están preparados ellos, como ducharse o prepararse la mochila y no les llevaremos siempre con prisas. Empezar el día agobiados no le gusta a nadie.
5. Adelantarnos a sus problemas
Decía la experta en talento y liderazgo Noelia López-Cheda en esta ponencia que “si resolvemos todos sus problemas de nuestros hijos, nosotros somos el problema” y nos contaba una anécdota que nos ha pasado a muchos.
Un día, su hija Emma le dijo a la llega del cole: “mamá, se me ha olvidado la hoja de los ejercicios de matemáticas, ¿lo dices en el grupo y que te lo manden?”. Ella, se dispuso a hacerlo mientras «dejaba las llaves en la entrada, soltaba el bolso en la silla, sacaba el teléfono del bolsillo y dejaba la bolsa de la compra en el suelo». Entonces, se dió cuenta. Y pensó: «pero ¿qué narices estoy haciendo? Y así se lo hizo saber a su hija.
- Emma cariño, no es mi responsabilidad que se te hayan olvidado los deberes, es la tuya, por lo tanto, mañana dices a la profesora que no los llevas porque se te olvidaron y que la próxima no se te olvidarán.
- Pero ¡¡¡mamá!!!! ¡¡me pondrán mala nota!!!!!
- No pasa nada, la próxima seguro que ya no te la pone.
- Y ¿por qué no lo pides al grupo, CON LO FÁCIL QUE ES?
- Pues precisamente porque ese grupo no está para ser el paralelo de tu agenda sino para cosas urgentes del colegio. Tú no debes confiar en que el móvil de tu madre responda a tus olvidos ya que, es tu responsabilidad traer tu agenda con tus ejercicios. Yo tengo mi agenda y no te pido a ti que me recuerdes si tengo que responder a un cliente, si tengo que preparar un material….así que cada uno debe asumir su parte.
Y como esto, más cosas. Les metemos el bocata en la mochila para que no se les olvide y “pasen hambre” en el recreo, les recordamos que hoy es el último día para llevar el papel de la excursión… Y todo porque no soportamos la idea de que nuestros hijos fracasen, se equivoquen, sufran… y nos adelantamos a sus problemas.
Como dice la psicóloga Begoña Ibarrola “a nuestros hijos no les podemos quitar las piedras del camino para que no tropiecen, les tenemos que enseñar a saltarlas”. No lo olvidemos.
FUENTE: FaroDeVigo.es