¿Qué lleva a una madre a matar a su propia hija? Colaboración con el diario El País
Hace unos días, una mujer asfixió a su pequeña. Una noticia imposible de digerir y que esconde un problema más profundo
Hay días en los que es mejor no leer la prensa. Días en los que te gustaría pensar que lo que estás leyendo es una novela de terror. Pero no es así.
El pasado 17 de abril nos enteramos de la terrible noticia de que una madre había matado a su pequeña. Sucedió en la localidad de Sant Boi de Llobregat. La mujer, de origen paquistaní, presuntamente habría asfixiado, según la investigación, a su hija de cuatro años en su vivienda en la que también se encontraban sus otros tres hijos. Fue uno de ellos el que avisó a las autoridades en el número de emergencias 112. La madre fue detenida por un delito de homicidio. Tras su arresto, fue trasladada a un hospital de la localidad para evaluar su estado psiquiátrico. En declaraciones recogidas por la agencia Efe, varias vecinas de la supuesta homicida aseguraron que llevaba varios años viviendo en Sant Boi, que “sufría depresión” y que, aparentemente, cuidaba mucho de su hija.
Por desgracia no ha sido la única vez que ocurre algo tan horrible. Se entiende por violencia doméstica todo acto de agresión física o psicológica, practicada por un hombre o una mujer, sobre cualquier descendiente, ascendiente, cónyuge o hermano, es decir, ejercida en el entorno familiar, a excepción de los casos considerados de violencia de género. En 2014, se registraron 7.084 víctimas con orden de protección o medidas cautelares en España. De ellas, 1.372 eran menores de 18 años, casi una de cada cinco, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Muchas veces, cuando sucede un filicidio, es decir, atentar contra la vida de un hijo, el horror nos lleva a intentar justificarlo.
¿Qué le pudo llevar a cometer este crimen?
“El comentario de los vecinos de que `tenía depresión´, deberíamos tratarlo con mucha precaución. Este es un trastorno muy común, con una alta incidencia en nuestra sociedad y no se debe estigmatizar”, explica la psicóloga Silvia Álava. “Cuando una persona está deprimida no tiene fuerzas para ejecutar nada, de hacer nada. Es casi imposible que haya una relación entre la depresión que sufre y el horrible acto que ha cometido”, continúa.
Efectivamente, según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es un trastorno mental muy frecuente que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa y falta de concentración, entre otros. Puede llegar a ser crónica o recurrente y dificulta sensiblemente la capacidad para afrontar la vida diaria. En su forma más grave, puede conducir al suicidio. “Y son muy pocos los que llegan a este punto por esa apatía que les caracteriza”, puntualiza la experta.
“Ni siquiera en una situación de desesperación límite, en la que nos encontramos perdidos y al borde del precipicio, llegaríamos a ejecutar algo así. Tal vez sí a pensarlo, pero a llevarlo a cabo, no”. La psicóloga, que reconoce que existe una falta de datos en este caso, explica que para llevar a cabo un homicidio tiene que haber un problema de salud mental “más profundo”, “como, por ejemplo, rasgos de psicopatía o esquizofrenia. O que la persona tenga un perfil de maltratador, algo que consiga apretar el botón y que le lleve hacerlo, a matar a alguien, a segar la vida de su hijo”.
La locura de una madre
Por su parte, Pilar Tejedor Tejedor, psicoanalista con especialidad sanitaria con familias en conflicto, explica que cuando sucede una noticia de este tipo “nos preguntamos con estupor sobre qué mecanismos desatan un delirio que lleva a una madre a asfixiar a su hijo, algo inexplicable desde la lógica de lo racional».
Tejedor afirma que un acto así “revela un psiquismo materno estrangulado/colapsado, que no encuentra salida, por afectos de alto contenido emocional, exacerbados y desligados». O lo que es lo mismo, los sentimientos le superan, conduciéndola a la acción de acabar con el sufrimiento que le provocan.
Para la experta, la noticia nos induce a pensar que es un acto propio de una `alienación psicótica´, en la que la confusión entre realidad y fantasía le provoca el acto crudo de un delirio: el ahogamiento de un hijo”, añade. «Hablamos de alienación psicótica», contextualiza Tejedor, «en el sentido de que la madre se siente sometida a una realidad psíquica de la que no puede escapar, y ahoga o asfixia lo que representa para ella ese hijo». «Esto es lo que no sabemos, podemos elucubrar pero no confirmar qué aspectos de ella puestos en ese hijo ha tratado de borrar«, añade.
Para Tejedor, “la tragedia del infanticidio nos confronta con las miserias y horrores de la enfermedad mental, en este caso de una enfermedad no resuelta”.
Sin un perfil fijo
La psicóloga Martha Alonso Henar, especialista en apego y disociación y miembro de la Asociación Mentes Abiertas, nos añade que «a priori, las conductas de infanticidio no se asocian a un perfil o trastorno psicológico concreto. Es complicado saber que le pasa a una persona por la cabeza para llegar a hacer algo así; no obstante, si no es algo premeditado que, como hemos leído anteriormente se relacionaría más con rasgos psicopáticos, si me atrevería decir que en los momentos en los que se lleva a cabo hay de algún modo locura«. Según agrega, desde un punto de vista global, si se puede decir que lo que subyace a este tipo de desórdenes de la conducta es la propia historia vital de la persona que comete la agresión.
El apego y los vínculos afectivos que construimos con nuestras figuras de apego como padres o cuidadores determina la base donde se irá fundamentando la personalidad. «De ahí, si en mi infancia he sufrido alguna forma de negligencia (no necesariamente maltrato físico, psicológico o sexual, sino algo más sutil pero igual de dañino, como por ejemplo la privación de mis derechos y necesidades psicológicas básicas) construiré indudablemente una personalidad vulnerable a la inestabilidad emocional y vulnerable a entrar en estados de disociación graves, donde literalmente otro YO actúa sin la mediación de la parte de mi personalidad más sana». «Para que nos hagamos una idea: una personalidad doble, o múltiple», subraya.
Estamos hablando de trastornos derivados de los vínculos afectivos, donde el trauma por acumulación de relaciones afectivas poco seguras se revive en momentos puntuales. «Se activa una parte de mi (un yo, que sigue dañado por situaciones traumáticas del pasado) y en esos momentos estamos alejados de la realidad, no hay presencia mental”, nos explica la doctora Alonso Henar.
«Por otro lado», prosigue, «hay que tener en cuenta la empatía, la capacidad que se nos enseña la adquirimos inconscientemente a través de las relaciones de seguridad tempranas. Éstas generan el caldo de cultivo para sentirnos sentidos y apreciados, y poder así formar nuestro autoconcepto, y diferenciación con la figura que nos cuida, es decir, percibirles como los otros», expone la experta. Parece que en situaciones en las que no se da esta seguridad emocional, existe una menor capacidad en el adulto para ponerse en el lugar del otro, ya que nunca se pusieron en suyo.
«Se ha comprobado en diversos estudios la función de las neuronas espejo en la habilidad empática. En este sentido considero que en el momento en el que se realiza una conducta de este tipo, el/la agresor/a carece, al menos, momentáneamente, de esta habilidad empática», termina.
Entonces, ¿se pueden prevenir estos crímenes?
Un estudio elaborado en Canadá en 2015 por la profesora de psicología Myrna Dawson, concluyó que necesitamos una mejor intervención social y comprensión psicológica de este tipo de casos. En una de las más extensas investigaciones realizadas jamás en ningún país sobre este fenómeno, esta profesora examinó los datos estadísticos de filicidios en Canadá entre los años 1961 y 2011. Durante este periodo, 1.612 niños murieron a manos de sus padres. La autora del estudio señaló que existen diferencias entre aquellos crímenes cometidos por hombres y mujeres.
Entre sus conclusiones halló que son más los hombres que las mujeres quienes los cometen; que las madres solían ser menores de 18 años y los padres más viejos; que la mayoría de ellas eran solteras, mientras que ellos eran divorciados o viudos y, por último, que los hombres son más propensos a suicidarse tras matar a un hijo que las mujeres. Además, «en casi todos los casos», agrega Dawson, «hubo una historia previa de maltrato en la familia». “Mejorar la atención cuando se da el problema, si existe, es fundamental para prevenir estos horribles casos”, concluyó la experta.