Redes sociales: la delgada línea entre el cotilleo y el espionaje. Colaboración con MujerHoy

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Nunca antes fue tan fácil espiar al prójimo. La tecnología se ha convertido en una poderosa herramienta para fisgonear en la vida de los demás, hijos y parejas incluidos. ¿Hemos perdido la capacidad para distinguir entre curiosidad y espionaje? ¿Cuál es el límite?

Por IXONE DÍAZ LANDALUCE

«Lo primero que hice fue buscarla en Facebook”. Cuando el colegio le informó de quién sería la tutora de su hija el curso siguiente, Ruth no pudo reprimir el instinto. Era, explica, la necesidad primaria de ponerle cara a la persona que se ocuparía de cuidar de su hijo de cuatro años. Su perfil era público y Ruth fisgoneó entre sus intereses, echó un vistazo a sus fotos, leyó un par de comentarios publicados hace varios años… Y se quedó más tranquila. A primera vista, parecía una chica normal, alegre y sonriente. En apenas cinco minutos, se construyó una imagen mental de la profesora de infantil. Unos días más tarde, la conoció en persona durante una reunión. “Me costó reconocerla… De alguna manera, quería ver en ella lo que había descubierto en su página de Facebook: sus intereses musicales, sus hobbies y hasta sus inquietudes políticas… Aunque la impresión cara a cara fue estupenda, de alguna forma estaba mediatizada por aquella sesión de cotilleo”, explica.

Son los efectos colaterales de ese moderno ritual que consiste en espiar a los demás en las redes sociales. A veces, por aburrimiento; a veces, por curiosidad morbosa, a veces, en busca de información privilegiada. Lo que está claro es que husmear en la vida de los demás nunca ha sido tan fácil como ahora. “No todo el mundo lo hace por la misma razón, pero es cierto que muchas veces se hace por ese afán de comparación con los demás. Por saber qué están haciendo con su vida y compararla con la nuestra”, explica la psicóloga Silvia Álava.

Sin embargo, conviene empezar a hablar con propiedad: no todo es espiar. “Si tú cuelgas algo en una red social y es un contenido público, ya no te estoy espiando. Como mucho, estaré cotilleando. El problema es que este tipo de conductas nos generen ciertos prejuicios. Como no podemos procesar toda la información que nos rodea, nuestro sistema cognitivo tiende a crear una serie de etiquetas mentales. Por eso, tenemos que tener en cuenta que lo que colgamos en las redes puede hacer que la gente sepa cosas de nosotros o construya estereotipos, antes incluso de conocerte”, explica la psicóloga.

Un caso típico: chico y chica se conocen en un bar, empiezan a salir, la relación promete. El dilema contemporáneo es inevitable: ¿echo un vistazo a sus redes sociales? Puede que haya fotos de su ex, algún comentario desafortunado, incluso un grupo de música que consideras insufrible o una de esas edulcoradas frases de autoayuda que aborreces. “Hay que evitar hacerse una idea demasiado cerrada o inflexible sobre una persona o tomar decisiones definitivas sobre una relación basándose en el perfil de una red social. Siempre hay que darle una oportunidad a la persona”, explica la experta.

Problemas «menores»

No es, ni mucho menos, una conducta aislada. De hecho, el informe sobre Uso de la redes sociales en España recogía que hasta el 51% de los usuarios las utilizan para “cotillear”. Sea para descubrir qué fue de la vida de tus antiguos compañeros de colegio (todo un clásico), para husmear en la existencia de tu jefe o tu compañero de trabajo o para controlar a un ex o al ex de tu pareja.

Para todo eso también hay que tener cierta destreza. “Cuando empecé a salir con mi marido, intenté espiar a su ex sin ningún éxito. De hecho, terminé mandando una solicitud de amistad sin querer. ¡Qué vergüenza! Desde entonces, no he vuelto a espiar a nadie”, explica Maribel. Eso sí, tiene claro que cuando su hija sea mayor controlará sus redes sociales. De hecho, ya se está preparando para ese temido momento. “Hace poco me hice una cuenta de Instagram solo para eso. Aunque cuando llegue la hora no sé si seré capaz”, explica.

Es el dilema al que se enfrentan casi todos los padres. El problema cada vez se presenta antes, igual que los móviles en las manos de los niños pequeños. “Es muy importante hacerles entender que lo que cuelgan en las redes no es suyo, sino que esa información o esa foto pasa a ser propiedad de la red social de turno. Si tienes un diario con una llave y lo abro, estoy violando tu intimidad, pero si lo haces público de manera voluntaria, deja de serlo. Hay que hacer esa labor de concienciación con los niños”, advierte la psicóloga.

Hay quien va más allá. El famoso juez de menores Emilio Calatayud ha abogado públicamente por medidas más drásticas. “Hay que violar la intimidad de nuestros hijos en las redes sociales. Antes, nuestros padres nos registraban los cajones, ahora hay que mirar lo que hacen con el móvil…”, dijo recientemente en una entrevista. Y es que la frontera entre el control, la tutela y el espionaje es cada vez más fina. Sobre todo, a partir de los 14 años, cuando un niño puede abrir una cuenta a su nombre en una red social, aunque muchos falsean su fecha de nacimiento para tener acceso a Instagram o Facebook antes.

Hijos y parejas

Según una encuesta realizada por la compañía estadounidense de seguridad McAfee, tres de cada cuatro adolescentes ocultan su actividad digital a sus padres. “Con los adolescentes hay que alcanzar un acuerdo y tener la siguiente conversación: si tú vas a tener una herramienta que, en un determinado momento, se te puede quedar grande, yo podré entrar de vez en cuando para valorar si lo que compartes es adecuado o no. No tengo que leer el 100% de tu contenido, pero sí llevar cierto control”, explica Álava.

Para eso están también las recomendaciones clásicas. Por ejemplo, que los chavales no utilicen el móvil, la tableta o el ordenador en su habitación, sino en los lugares comunes de la casa; o que la condición para abrir una cuenta sea aceptar a los padres como amigos. Pero, a veces, ese tipo de diplomacia no funciona. Y entonces, solo hay dos opciones: confiar en el buen juicio del adolescente o espiarle sin su conocimiento. Hay muchas formas de hacerlo, algunas más rudimentarias (como descubrir su contraseña y el usuario y entrar clandestinamente en su cuenta) y otras mucho más sofisticadas.

De hecho, hay muchas aplicaciones, algunas gratuitas y otras de pago, diseñadas para espiar la actividad de otras personas en las redes sociales. TeenSafe o Mspy, por ejemplo, permiten monitorizar la actividad de un smartphone o una tableta sin que el sujeto espiado sospeche nada. Desde el historial de búsquedas o los mensajes, hasta las imágenes, las llamadas o los correos electrónicos. Otras, como Ignore me No more, que fue creada por una madre norteamericana desesperada, permiten bloquear el terminal de un adolescente a distancia. Y Life360, que sirve para geolocalizar al propietario de un smartphone, es una de las aplicaciones preferidas de los padres.

Pero, sin duda, el espionaje más conflictivo es el que se ejerce sobre las parejas. En realidad, las redes sociales no han inventado nada. Donde antes se fiscalizaba la factura telefónica, los cargos a la tarjeta de crédito o, más recientemente, los SMS, ahora se controla la actividad en las redes sociales y, sobre todo, en las conversaciones privadas. “En una ocasión, entré en la cuenta de Facebook de mi chico. Sospechaba de su relación con una amiga y él había dejado su sesión abierta… Husmeé en sus conversaciones y, aunque el tono que utilizaba no me gustó, no encontré nada particularmente incriminatorio. Me sentí fatal y terminé confesándoselo”, explica Rosa. No ha vuelto a hacerlo. En parte, porque no quiere traicionar su confianza y, en parte, porque le da miedo lo que podría encontrarse si volviera a buscar. En este contexto, las conjeturas aventuradas y los mensajes ambiguos pueden dar lugar a malentendidos. Interpretar el tono o la intención de una conversación en una red social es complicado y puede provocar interpretaciones suspicaces y equivocadas. De hecho, un estudio de la universidad americana de Roanoke demostró que Facebook afecta negativamente a las relaciones de pareja y genera celos, sobre todo entre las mujeres.

¿De común acuerdo?

“Para esto no existen normas universales”, asegura la psicóloga Silvia Álava. “Cada persona y cada pareja debe entender cuál es el acuerdo que tienen, qué pueden hacer y qué no para que el otro no tenga la necesidad de espiarle. Por eso, es muy importante trabajar la confianza. Un psicólogo no te puede decir: “A partir de aquí, no sería lícito espiar”. Mientras ellos estén de acuerdo, nadie tiene por qué opinar desde fuera. El problema es cuando la decisión es unilateral”.

Aun así las herramientas al alcance de los que quieren hacerlo son innumerables: gracias a Swipebuster, por ejemplo, puedes saber si tu pareja tiene un perfil de Tinder (el 30% de sus usuarios están casados) con solo introducir sus datos y una localización aproximada. Otras, como mCouple, permiten controlar su terminal: ubicación, llamadas, contactos, chats… Todo. Eso sí, en este caso los usuarios tienen que tener el consentimiento expreso de la otra persona. Así que, técnicamente, ya no estamos hablando de espiar. Nunca antes la frontera entre confianza y desconfianza fue tan difusa. Es el resultado de llevar en el bolsillo una herramienta que nos convierte a todos en espías potenciales. Pero también en espiados… Paradojas de la vida moderna.

Con la ley en la mano

Husmear en la vida privada de los demás no es solo un conflicto moral, también puede tener serias implicaciones legales. Hasta 1995, el Código Penal incluyó una “excusa absolutoria” para los padres que revisaban la documentación (el correo postal) de sus hijos. Pero con la entrada en vigor de la nueva legislación, esa práctica dejó de estar permitida. Por eso, fiscalizar la actividad de un menor en una red social (solo los mayores de 14 años pueden tener acceso a ellas) puede considerarse un delito contra su intimidad. En la práctica, eso significa que instalar cualquiera de las aplicaciones que sirven para controlar la actividad on-line sin el conocimiento o el permiso expreso del menor, podrían ser ilegales.

Sin embargo, es un asunto delicado y hay excepciones. En 2016, un caso sentó jurisprudencia ante el Tribunal Supremo cuando una madre entró en la cuenta de Facebook de su hija y descubrió que el padre de una de sus amigas le estaba invitando a dormir en su casa. La madre denunció, el acosador alegó que las pruebas se habían obtenido de manera ilegal, pero el tribunal las admitió por considerar que existía un “peligro de agresión sexual sobre la menor”. Pero en los casos en los que el sujeto espiado es la pareja también hay jurisprudencia. En 2015, un juez español condenó a un hombre a dos años y medio de cárcel por espiar el móvil de su mujer; y el pasado julio, otro recibió una condena de dos años por revisar el WhatsApp de su mujer. De hecho, una campaña del Ministerio de Sanidad consideraba que “espiar el móvil de tu pareja” puede ser violencia de género.