Criaturas sobreprotegidas: así es el síndrome del niño perfecto. Queremos Hijos Felices en la revista ELLE

Hiperpaternidad - Hipohijos

Hiperpaternidad, paternidad helicóptero, crianza invernadero o crianza mostruosamente intensiva: con todos estos nombres describió en 2008 la periodista Joan Acocella en ‘The New Yorker’ a un estilo de ser padre que consiste, básicamente, en «consentir a los hijos», explica. «Ni una norma, muchos juguetes, pero con dos factores extra que complican la crianza: uno, la ansiedad («¿se traumará de por vida el niño por la muerte de su hámster»?); dos, la presión que los padres tiene para que sus hijos sufran.

Seguro que conoces padres que ejercen este tipo de paternidad exagerada sobre sus hijos. Padres que están excesivamente pendientes de la perfección de sus hijos. Padres que, a la larga, han educado hijos sin apenas autonomía. Una crianza excesiva que fue descrita en 2016 en el libro ‘Hiperpaternidad’ por Eva Millet, periodista y autora del blog www.educa2.info, uno de los sitios de referencia en noticias que ayudan a educar.

Millet acaba de publicar ‘Hiperniños. ¿Hijos perfectos o hipohijos?’ (Plataforma Editorial), un interesantísimo ensayo en el que analiza uno de los problemas más acuciantes de la paternidad y maternidad: la crianza sobreprotectora e hiperasistida, en la que no se cría a los hijos sino que se les rinde culto, colocándoles en un altar. ¿El resultado? La pérdida absoluta de la autonomía de los menores.

Millet describió en su primer volumen la hiperpaternidad «como una crianza que no solo implica consentir a los hijos sino, también, darles una atención excesiva, ejercida a base de estar siempre encima –de ‘sobrevolar’ sobre ellos– anticipándose a sus deseos, resolviendo sus problemas por sistema y justificándolos a ultranza».

De esta forma, los hijos son reyes a los que se les rinde pleitesía y hoy «el homenaje no se rinde a los abuelos sino a lo hijos», e incluye un terrible cóctel en el que no faltan «ingredientes como la estimulación precoz, las agendas repletas, la tolerancia cero a la frustración y los enfrentamientos con los maestros o entrenadores que osen cuestionar las maravillas del niño o la niña». ¿Te suena? Seguro que conoces a alguien así. ¿Quizás tú mismo?

Eva Millet explica en su libro que, aunque ejercida con buena intención, esta hiperpaternidad lleva a una sobreprotección que ha generado varios modelos de progenitores:

  • Padres helicóptero: los que sobrevuelan sin tregua las vidas de sus retoños, pendientes de sus deseos y necesidades.
  • Padres apisonadora: quienes les allanan el camino para que no tengan dificultades.
  • Padres guardaespaldas: extremadamente susceptibles ante cualquier crítica hacia su prole o incluso a que se les toque
  • Madres-tigre: dispuestas a todo con tal de hacer de su hijo el genio que el mundo estaba esperando.
  • Padres mánager-madres del artista: forjadores de los futuros astros del deporte o estrellas del espectáculo o de ‘reality-shows’.

Todos ellos coinciden en educar niños con una enorme falta de autonomía, señala la experta: «con muchos miedos e inseguridades pero, a la vez, con la noción de que son el centro del mundo y que tienen muchos derechos pero pocos deberes. Su faceta hiperactiva produce agendas que llamo ‘de ministro’, criaturas con cada vez menos tiempo para jugar».

Millet recoge la reflexión de la psicóloga Silvia Álava Sordo, autora de libros como ‘Queremos hijos felices’ (editorial JDJ), que explica que la hiperpaternidad es tendencia porque existe una confusión respecto a cómo hay que amar a los hijos: «El mantra es ‘lo quiero tanto, tanto, que no quiero que sufra y, por ello, hago todo por él». También cita a otra psicóloga, Madeline Levine, quien describe el fenómeno de la ‘accumulating disability’: una incapacitación progresiva de los hijos.

El volumen ahonda en las causas de los miedos que sienten los padres y que les llevan a sobreproteger a los menores. Millet cita a Eva Bach, pedagoga y autora de, entre otros, ‘Adolescentes, qué maravilla’ y ‘Educar per estimar la vida’ (ambos en Plataforma Editorial) para afirmar que «una de las principales razones por las que no se ‘deja ir’ a los hijos es porque así suplimos carencias propias. Postergamos su autonomía para sentirnos útiles, necesitados y reconfortados: tenemos miedo del vacío que nos puede dejar su independencia».

Por lo tanto, hay una parte de egoísmo en la sobreprotección a nuestros hijos: «Porque nuestra vida tiene que tener sentido por sí misma, no podemos hacer responsables a nuestros hijos de ella», señala el libro. «Solo siendo adultos maduros podremos ser el referente que ellos necesitan para conducir su propia vida», subraya Millet. Para ello, añade, hemos de ser capaces de transformar nuestras frustraciones y carencias.

Estos niños hiperprotegidos, la ‘Snowflake Generation’ (generación Copo de Nieve) también se caracterizan por una poca tolerancia a la frustración. Millet se atreve a elevar una hipótesis sobre la causa de esto: «Ese afán por evitar cualquier frustración del hijo está relacionado con la propia baja tolerancia a la frustración y las ansiedades de los padres. También, intuyo que tiene que ver con el ‘esfuerzo’ que implica educar; y es que, a corto plazo, con los niños es más fácil decir ‘sí’ a todo que ‘no'».

En ‘Hiperniños. ¿Hijos perfectos o hipohijos?’, Millet analiza también las consecuencias del repunte de la crianza de apego, la tendencia entre las mujeres blancas de Occidente desde que entrara el nuevo siglo. El apego se caracteriza por la idea, explica la autora, de que es el niño quien debe dirigir su aprendizaje y los padres deben respetar sus elecciones: como la naturaleza es perfecta, el niño en consecuencia también lo es. Pero esto no es así, asevera, puesto que «esta práctica se salda en inseguridad y confusión. En gran parte, porque se le carga que a una responsabilidad que a él no le toca».

Vale, y ahora que reconocemos que nuestros hijos están afectados del síndrome del niño perfecto y que les hemos mimado en demasía, ¿cómo hacemos para revertirlo? Eva Millet se centra en una palabra: carácter. «Es importante educar en el carácter: dar a nuestros hijos unas habilidades más allá de las puramente académicas para así poder lidiar mejor con esas sorpresas e inconvenientes que la vida nos depara». Y, para ello, señala las siguientes competencias básicas:

  • Autonomía: «Enseñar a los hijos a ser autónomos es el antídoto al ‘hiponiño'», explica Millet. Para que el niño aprenda las cosas sin necesitar a los otros, resuelva problemas y sea más libre. Y una herramienta fundamental para conseguir la autonomía es la disciplina, una palabra que suena mal en estos tiempos.
  • Valentía: Como antídoto al miedo que «nos fastidia la vida». Si sobreprotegemos, desprotegemos, por lo que enseñar la valentía es esencial. No se puede dejar de gestionar el miedo, «es uno de los mejores regalos que se pueden hacer a los hijos».
  • Tolerancia a la frustración: Esa baja tolerancia, señala, hay que combatirla «fortaleciendo el autocontrol y la resiliencia y educando la capacidad de adaptación».
  • Empatía: Hay que inculcársela a los hijos «haciéndoles entender que ni están solos en el mundo», animándoles a que piensen globalmente, respetando a otras personas, al medio ambiente, a los animales, a las normas y a las leyes. Pero todo eso lo tenemos que hacer, señala la experta, dando ejemplo nosotros mismos.
  • Curiosidad: Según Millet, la hiperpaternidad mata la curiosidad, porque al tener a los niños constantemente entretenidos se les quita la posibilidad de poder explorar por sí mismos. Así que hay que darles tiempo para ellos, para que descubran por su cuenta.
  • Colaboración: Los pequeños han de aprender a trabajar en grupo, para aprender a relacionarse, a respetar al otro y para comprender los mecanismos del mundo laboral. Y, para ello, la mejor herramienta es jugar. Y como decía aquella canción de ‘Mary Poppins’: «Reír, no más, hasta reventar…»

FUENTE: Revista ELLE