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Así exponen los padres a los hijos por Internet

El día a día de cuatro de cada cinco bebés españoles de menos de seis meses pulula por internet. «La vida privada de los niños es suya, no de sus padres», advierten los expertos.

ICÍAR OCHOA DE OLANO

«Estamos embarazados!!!». Ecografía de doce semanas de gestación. «¡Es chico!» Compartir; «¡¡¡¡Daniel ya está con nosotros!!!!». Clic; «Daniel en su cunita». Clic; «Daniel ya abre los ojitos». Clic; «El primer baño de Daniel». Clic; «Daniel coge su sonajero»; «Daniel estrena pijama con orejitas de oso»; «Daniel prueba su primer trozo de pan»; Clic, clic, clic. Compartir. Like, Like, like, like… Este ‘modus operandi’ tiene una expresión propia -anglosajona, cómo no-: ‘Sharenting‘, el resultado de la fusión de ‘share’ (compartir) y de ‘parenting’ (crianza). Y es una actividad más habitual de lo que puedan sospechar. Mucho más. Hasta el punto de que el 23% de las criaturas engendradas tiene presencia en internet sin que ni siquiera hayan nacido aún, porque sus padres se han apresurado a colgar en las redes sociales imágenes ultrasónicas del feto dentro del útero de la madre.

Ese porcentaje se dispara hasta el 81% para los menores de hasta seis de meses de edad. Dicho de otro modo, cuatro de cada cinco bebés que apenas han cumplido medio año de vida crecen y se desarrollan ante el ojo público. A partir de ahí, el álbum infantil en abierto no para de sumar páginas y volúmenes. Así lo ha constatado la firma de seguridad informática AVG en un estudio que ha elaborado en una decena de países, incluido España, y que acaba de servir poniendo sobre la mesa estos inquietantes datos.

Instagram y Facebook, principalmente, albergan una gigantesca guardería repleta de encantadoras imágenes, estáticas y en movimiento, de bebés llorando, riendo, eructando, chapoteando, estrenando orinal, poniéndose el puré por montera, tirando del pelo de su hermanita, gateando detrás del perro, metiendo el dedo en el ojo de la yaya, chapurreando sus primeras palabras, cantando un ‘hit’ en la sillita del coche… Todo ante la mirada curiosa de miles de millones de desconocidos.

La huella digital

  • 23% es el porcentaje de criaturas que ya tiene presencia en internet sin haber nacido aún porque sus padres se han apresurado a subir a las redes sociales una imagen de la ecografía del embarazo.
  • 200 es la media de fotos nuevas que los padres y madres cuelgan cada año en las redes sociales de sus hijos menores de cinco años.
  • Carne de cañón. Uno de los riesgos de publicar fotografías de menores es que terceros pueden usarlas como material pornográfico mediante la extracción de la imagen de sus genitales cuando se muestran desnudos o la suplantación de su identidad a través de aplicaciones informáticas.
No al ‘sharenting’

Pantallas abiertas, una iniciativa surgida en 2004 para ayudar a los menores de edad y a sus familias a desenvolverse de forma segura y saludable en la red, desaconseja esta práctica. Recuerda a los padres «su obligación de cuidar de la imagen e intimidad de sus hijos», y les anima a emplear otras formas «más controlables» de compartir fotos, como el email o la mensajería instantánea.

«Muchos padres creen que la exposición que hacen de esas imágenes quedará limitada al círculo de sus conocidos directos, pero su alcance suele ser mucho más amplio», afirma Silvia Martínez, experta en Social Media de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). «En primer lugar, porque la mayoría de ellos mantiene un perfil público en las redes, con lo que esas fotografías pueden ser vistas por cualquier usuario, en cualquier rincón del planeta. Por otro lado, aunque los padres hayan limitado la exposición de su perfil haciéndolo privado, en ocasiones los propios conocidos o familiares comparten esas imágenes que les han llegado por las redes (incluso sin disponer de una autorización para hacerlo), lo que amplía el alcance de esas instantáneas».

El informe de AVG estima que la huella digital de los niños que todavía no han soplado las cinco velas se alimenta a razón de doscientas instantáneas nuevas cada año, por mor de sus orgullosos progenitores. Ignorantes, en muchos casos, de que difunden más información sobre sus hijos de lo que creen (por ejemplo, con el geoetiquetado de las imágenes), les colocan en una posición inmejorable para posibles mofas o discriminaciones futuras y les exponen a otros riesgos más espeluznantes, como que les suplanten la identidad para convertirles en víctimas de la pornografía infantil.

«Compartir contenidos y narrar cada avance y logro que los hijos consiguen, comentar sus gustos y preferencias, indicar los sitios que visitan o mostrar espacios tan privados como sus habitaciones puede desencadenar peligros importantes. Todos estos datos ofrecen mucha información a terceros que pueden aprovecharla para intentar alcanzar fines delictivos o incluso atentar contra la integridad de esos hijos», explica Martínez.

Las universidades de San Francisco y Míchigan han analizado por su cuenta este fenómeno -lo han publicado bajo el título ‘Not at the dinner tabble: parents and children’s perspective on family technology rules’- y sus conclusiones sobre el ‘sharenting’ no lo dejan en buen lugar. El 56% de los padres comparte información de sus descendientes potencialmente vergonzante; el 51% facilita pistas más que suficientes para su localización; y el 27% sube fotos directamente inapropiadas.

«Reputación» y denuncias

Más allá del inquietante debate sobre a dónde va a parar todo ese material gráfico, a menudo los progenitores no reparan en otra cuestión de naturaleza bien distinta, pero fundamental: a golpe de ‘clic’, se convierten en los mayores infractores de la privacidad de sus hijos, dado que, exponiendo su infancia, vulneran el derecho a la intimidad de los menores.

La psicóloga infantil Silvia Álava se muestra tajante a este respecto: «La vida privada del niño es suya, no de sus padres». «Tener un hijo es un motivo inmenso de felicidad y es comprensible querer compartirla, pero lo que a nosotros nos parece gracioso, puede que al niño no le haga ninguna gracia. Debemos pensar si cuando crezca le gustará ver su vida aireada ante todo el mundo», enfatiza desde su consulta en Madrid.

«Hay que pensar si al niño le gustará ver su vida aireada cuando sea mayor» Silvia álava. piscóloga infantil

Hay más sobre lo que reflexionar. «Cuando sean adolescentes, ¿con qué autoridad vamos a pedirles que hagan un uso responsable de las redes sociales, que se corten subiendo fotos, si es lo que nos han visto hacer en casa?», deja en el aire Álava, quien atribuye la fiebre de muchos padres y madres por ilustrar la crianza de sus hijos con fotos y vídeos de su intimidad a un «intento de realizarse en las redes sociales a través de ellos». «Si quieren un reconocimiento a través de ‘likes’, que no usen a sus hijos», censura. «Vemos a diario a niños que hacen cosas contra sus gustos porque sus padres quieren».

Aunque todavía es pronto para conocer las consecuencias de esta difusión de la vida de los bebés, puesto que se trata de un fenómeno relativamente reciente, ya se han registrado un par de casos en los que hijos han denunciado a sus padres por vulneración de su intimidad. Carinthia, una joven austriaca de 18 años, se querelló en 2016 contra sus progenitores por compartir más de quinientas fotos suyas en Facebook sin su consentimiento. Ese mismo año, Darren Randal, un niño canadiense de 13, hacía lo propio al considerar que las imágenes que sus padres habían subido a las redes sociales arruinaban su «reputación».

Distintos reglamentos en el contexto internacional protegen a este respecto a los menores. En España, la privacidad de los niños está defendida por la Ley de Derechos y Oportunidades de la Infancia y la Adolescencia de Catalunya, la Ley española de Protección del Menor, el Reglamento de Protección de Datos de la Unión Europea y la Convención de Derechos de los Niños.

«Se ponen en la red muchos datos que alguien puede usar para fines delictivos» silvia martínez. experta en social media de la uoc

Mientras los millones de niños virtuales que pululan por las pantallas ajenas se hacen mayores a la vista de todos y evalúan si aprueban o no la disposición que sus padres y madres han hecho de su intimidad, las parejas peor avenidas han encontrado en el ‘sharenting’ no consensuado un filón para tirarse de los pelos y, en ocasiones, disputarse la patria potestad en caso de divorcio. Uno de los casos más sonados es el de Bisbal y su ex Elena Tablada, a quien ha demandado por exponer a la hija de ambos en las redes sociales.

Desde Pantallas Amigas, una iniciativa para la promoción del uso seguro y saludable de internet y para el fomento de la ciudadanía digital responsable en la infancia y la adolescencia, desaconsejan la práctica del ‘sharenting’. «Los padres tienen la obligación de cuidar la imagen y la intimidad de sus hijos y no el derecho a hacer un uso arbitrario de ella. Compartir imágenes de ellos sin su consentimiento es inadecuado», sentencia Jorge Flores, director de la plataforma, quien anima a usar otras formas «más controlables» de compartir imágenes, como el email o la mensajería instantánea. DOCE AÑOS DE «CHARLIE ME MORDIÓ EL DEDO» De un hogar británico al archivo de Bin Laden

Corría la primavera de 2007 cuando el patriarca de los David-Carr, una familia media británica, filmó un vídeo doméstico de sus hijos en el que el mayor, Harry, aparecía incitando con éxito al bebé Charlie a que le mordiera un dedo. ‘Charlie me ha mordido el dedo. Y eso duele’, se quejaba Harry al borde del llanto. Su padre colgó la simpática secuencia en YouTube para que sus abuelos, domiciliados en Estados Unidos, pudieran reír las gracietas de sus nietos. Con 850 millones de visualizaciones, está considerado uno de los vídeos más vistos de la historia y el origen del ‘sharenting’. Cuando la CIA analizó el material almacenado por Osama Bin Laden en su ordenador, allí estaba una de las primeras sensaciones virales. Hace dos años, los protagonistas reeditaron un vídeo que les reportó 1,2 millones de euros.

FUENTE: Diario Las Provincias

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